Lunes por la mañana. Primer día del resto de mi vida adulta.
Yo, Liv Sawyer, juro solemnemente dedicarme en cuerpo y alma a mi trabajo de asistente inmobiliaria y no perder un solo minuto -un solo segundo- en volver a pensar tontamente en ese beso que no significó nada para mí, ni para él.
¡Y deja de sonrojarte, maldita sea!
Siete mil trescientos cincuenta y cinco kilómetros entre París y Miami, luego cuarenta y dos puentes hasta Key West: eso es lo que tuvo que atravesar. En tan solo seis años, mi padre ha logrado consolidar a su agencia inmobiliaria como la más próspera de la isla.
Claro que trabaja demasiado, duerme poco, fuma como chimenea -rara vez frente a mí-, pero ha logrado su cometido de darle un nuevo impulso a carrera regresando a instalarse en Florida. Su agencia parisina continúa trabajando durante su ausencia, con su brazo derecho administrando todo en el lugar, pero sé que el cerebro de Craig debe estar en todas partes al mismo tiempo. En los Campos Elíseos allá, en Whitehead Street aquí, donde se encuentra la fabulosa casa de Hemingway.
-¡Hola Janice! -Exclama alegremente mi padre en el teléfono. -Sí, cerré la venta. ¡Sí, en menos de tres días, hay que decir que fue todo un logro! Llamaba para saber cómo van los pagos de las rentas este mes.
Me inclino hacia adelante lo más discretamente posible y aprieto el botón del altavoz, para dejar de ver la pared como tonta y sentir que al menos estoy haciendo algo.
Craig hace como si me regañara, pero se conforma con dejar el teléfono antes de cruzar las manos detrás de su cabeza. A pesar de su estricto traje gris de hombre de negocios -resaltado por una llamativa corbata azul-, parece diez años más joven de lo que es. Todo el mundo le dice eso seguido. Que es tan apuesto como un actor de Hollywood hace algunas décadas también.
Si yo me parezco a Elle Fanning, él podría ser el gemelo de Robert Redford.
-Solamente falta contactar a dos inquilinos y listo, -responde la lejana voz de Janice.
-Bien, es perfecto, -dice mi padre observándome repentinamente con sus ojos límpidos. -Esa misión le corresponderá a nuestra nueva recluta el día de hoy.
-¿Nueva recluta?
-Mi hija. ¡Cómo quería a toda costa pasar la prueba, ahora tendrá la oportunidad de lidiar con los que se niegan a pagar!
-Espero que sepa en lo que se mete, -se preocupa la administradora de bienes. -¡El anciano de Duck Avenue no es muy tierno que digamos!
-Créeme, le sobra carácter, -ríe suavemente el gran jefe. -El Sr. Smith va a pasar unos quince minutos de infierno...
Algunas cortesías más tarde, mi padre cuelga y se ajusta la corbata lanzándome una mirada de complicidad.
-Así es como uno aprende, Oliva verde. Querías experimentar las condiciones reales sin ningún favoritismo, ¿no?
-Exactamente, -respondo sin acobardarme. -¡Y no me asusta un viejo gruñón! Solo que el Sr. Smith no solamente es gruñón. Es belicoso, testarudo, orgulloso, misógino y... cecea, lo cual no me facilita en nada el diálogo. -Después de casi treinta minutos de negociación, logro que pague su renta, en dos exhibiciones, pero hasta el último centavo.
-Estuvo mejor que el mes pasado, -comenta Craig llegando a mi minúscula oficina. -Janice tuvo que autorizarle pagar en tres exhibiciones.
Él me da una taza de café, estrecha la mano de dos turistas que pasan por ahí y luego le hace una señal a su asistente personal para que vaya a esperarlo en la sala de reuniones.
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Juegos Prohibidos
Teen FictionA los 15 años conocí a mi peor enemigo. Sólo que Tristan era también el hijo de la nueva esposa de mi padre. Y eso nos obligaba a vivir en la misma familia, aunque no tuviésemos ningún vinculo de sangre. Entre nosotros, la guerra estaba declarada. Y...