5. El momento de la verdad

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– No te muevas, Sawyer... Y te prohíbo que arruines este
momento empezando a pensar.

Los brazos de Tristan me envuelven, fuertes, cálidos, reconfortantes. Ninguna cobija, ninguna sábana, ninguna prenda cubre nuestros cuerpos desnudos. Sólo una semi obscuridad.
Y ninguno de los dos piensa esconderse, interrumpir este instante sagrado para preservar su pudor o su orgullo. Me siento increíblemente serena, ligera. Pero no estoy en las nubes. Estoy con los pies en la tierra, con él, en esta vida. Mi cuerpo agotado descansa suavemente entre sus brazos, como si justo en ellos hubiera encontrado su lugar y pudiera abandonarse en él. Me volteo sólo un poco para sumergirme más en este dulce estupor, con mi espalda contra su torso, mis nalgas contra su...

– ¡Ni siquiera intentes salir de mi cama!

– ¡Qué posesivo puedes llegar a ser, Quinn! me burlo mordiendo su bíceps que me aprieta. No tenía la intención de irme a ninguna parte.

– Sólo quería verificar, susurra fingiendo indiferencia.

– Pero aun así tengo que regresar a mi cama antes que...

– ¡Shh!

Tristan suelta un gruñido viril, descontento, luego pega su palma contra mi boca.

– Sé que terminarán por regresar. Sé que no deben encontrarnos aquí, desnudos, juntos. Pero Sienna tiene una boda en su hotel, así que regresará en la madrugada o hasta mañana. Y tu padre me dijo que iba a aprovechar para fumar todos los cigarrillos que quisiera y estar con sus amigos.

– Ya sé todo eso, Tristan. ¡Tengo un muy buen informante! digo regocijándome.

– Hmm… ¿Alguien de cabello gris y largo, que usa vestidos de arcoíris y pasea por la casa para obtener información, como si nada?

– ¡OK, tengo el informante más indiscreto de toda la ciudad! admito.
– Pero sin duda la mejor abuela del mundo, sonríe a mis espaldas.

Me volteo entre sus brazos para acostarme del otro lado, frente a él. Deslizo un brazo bajo la almohada que compartimos. Pongo mi cabeza contra su hombro y meto mi pierna desnuda entre las suyas. Nunca me canso de enlazarme así con él. Ni de observar su cabello castaño despeinado, el tono de su piel bronceada, los rasgos finos y delicados de su rostro a pesar de la virilidad de su mandíbula cuadrada, su nariz recta y orgullosa, su labio superior, apenas arrogante cuando sonríe, su labio inferior, irresistiblemente lleno de sensualidad. Clavo mi mirada en la suya, azul, penetrante, luminosa. Enternecedora.

– ¿Ya te he dicho que eres el chico más impredecible que jamás haya conocido? Nunca sé si me vas a lanzar una indirecta, susurrarme palabras crueles o hacerme el comentario más lindo que haya escuchado jamás...

– Sí, creí comprender que me amabas, con tus pancartas... me resopla su boca insolente. Pero eso que escribiste, no, nunca me lo has dicho.

Sus ojos brillantes me lanzan un desafío. Y mi corazón se detiene un instante. Mi mano se desliza por su mejilla, mi pulgar roza el hueco de su hoyuelo y mis labios se entreabren, tímidos, vacilando un segundo más.

– No se lo diré a nadie, llega a murmurar muy cerca de mi boca.
– Te amo…

Era el momento de confesarlo. Mi voz era casi inaudible, pero aun así, ésta se abrió paso en medio del silencio, en la obscuridad. Las sonrisa que viene a besarme obtuvo lo que quería. Le respondo su beso, loca de felicidad, y aliviada de haber pronunciado finalmente esta declaración.

Y tal vez mucho más, más que nunca enamorada de él ahora que lo dije.

Luego nuestro beso se interrumpe demasiado rápido. La sonrisa se borra del bello rostro de Tristan. Se vuelve repentinamente sombrío. Se endereza ligeramente poniendo su índice sobre mi boca. Yo también escucho el extraño ruido que lo asusta. En las escaleras. Mi corazón se detiene una vez más.

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