2. Hija de papá

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En menos de una semana, el rey de los idiotas me hizo de todo.

Su primer logro: encerrarme en la ñ terraza, siendo de noche, y no liberarme sino hasta que me quedé sin voz por tanto gritarle insultos. Detrás del vidrio, su pequeña sonrisa no dejó su rostro ni un segundo.

A la mañana siguiente, mi taza de café me esperaba sobre la barra de la cocina, como todos los días en que mi padre tiene la amabilidad de preparármela antes de irse a trabajar. Sólo que esa mañana estaba lleno de sal.

Diez segundos después de haber escupido la asquerosa bebida, el niño travieso vino a constatar su nueva victoria, medio desnudo con su traje de baño y sus músculos marcados frente a mis ojos.

Por el simple placer de verme sonrojar.

¿Quién fue quien decidió inventar un cuerpo así?

Esa misma tarde, Tristan tuvo la maravillosa idea de encender nuevamente la lavadora para que mis pantalones de mezclilla se hicieran dos tallas más chicos.
Y la audacia de lanzarme, sin ninguna pena, con su mirada azul clavada en la mía:

– Esos se llaman skinny jeans, Sawyer ¡Pero si eres demasiado tímida para ponértelos, puedes quedarte en pijama!

Después de haberle soltado todas las groserías que conozco, puse mi ego a un lado para pedir una tregua, a fin de volver nuestra convivencia menos infernal.

Con un hoyuelo marcado en su mejilla, mi enemigo hizo como si aceptara.
Fue hace cuarenta y ocho horas.

Debí haber imaginado que era demasiado bueno para ser verdad.

Esta mañana, Tristan Quinn decidió regresar al juego. Llevo diez minutos negociando para que me dé mi toalla, la cual debió robar justo antes de que regresara al baño.

Furiosa, empapada de pies a cabeza, con los brazos cruzados sobre mi desnudez, le hablo a una puerta. Una puerta cerrada con llave, la cual me niego a abrir a pesar de su chantaje.

– Si la quieres, abre. ¡Te juro que cierro los ojos!- bromea desde el pasillo.

– Tristan, deja la toalla y vete,- le ordeno por décima vez.– ¡Voy a llegar tarde, basta de tus juegos!

– Negativo,- responde su voz grave. –Soy yo quien tiene el botín. Soy yo quien está en posición de negociar.

– Tristan, por favor…

– No.

– Tristan, la tregua… ¿Te acuerdas?

– Confieso que no creí que fueras tan ingenua,- suspira, mientras que puedo adivinar la sonrisa arrogante que estira sus labios.

De pronto, la frustración me gana. Mi calma se evapora y mis puños comienzan a golpear la puerta.

– ¡Haz lo que te digo o llamaré a mi padre!- le grito, sin más argumentos.

– Aquí lo espero... ¡Papá Sawyer al rescate! ¡Rápido, la pequeñita está en problemas, tiene que intervenir! Sólo Dios sabe lo que pasaría si ella tuviera que arreglar sus problemas sola,- dice con ironía mi tomador de rehenes.

– ¿Pero cuál es tu problema conmigo, Quinn?- silbo.

– Mi problema es que eres una hija de papá, Sawyer... Y que eso no me gusta.

Esta última flecha me llega y causa muchos más daños que las anteriores. Si bien Tristan es experto en el arte de enfurecerme, no suele ser hiriente. De apuntar a donde sabe que me va a doler. Y a doler mucho.

Me quedo callada durante varios segundos, antes de responder con toda sinceridad y lágrimas en los ojos:

– Mi padre es todo lo que tengo,- murmuro sin saber si me escucha a través de la puerta.

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