3. Frente al mar

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6 :12 a.m.

Abro un ojo y me doy cuenta de que Tristan vino a acompañarme en la noche. Sólo llevo puestas unas bragas diminutas, él está profundamente dormido boca abajo, con la cabeza volteada hacia mí. No tengo la fuerza para entrar en pánico o pensar en el peligro.

Puede ser que sus declaraciones me tranquilicen. Que la decisión que tomamos juntos me vuelve más serena. Estoy segura de que es él quien me da todo este valor. En todo caso, me conformo con despertar acariciando su espalda musculosa con la punta de los dedos y observando su rostro tranquilo. En este instante, la posibilidad de que alguien nos encuentre aquí, en mi cama, de madrugada, me parece menos abominable que lo que me espera.

El periodo de la Navidad se acerca, al igual que todas las labores que la acompañan. Ir a Francia para pasar algunos días con mi madre, y hacer lo posible para que el tiempo pase más rápido. A mi padre le gusta que lo haga y es por él que me sacrifico. Para que deje de sentirse culpable por no haberme dado la figura materna que merecía. En realidad, puedo vivir sin ella. Puedo parecer excesiva, dura, pero es así como aprendí a protegerme.

Las dos dejamos de actuar desde hace muchos años. Y en vez de esperar a que se despierte, que cambie, que deje de ser esa madre ausente, egoísta, indiferente, decidí imitarla, vivir mi vida sin ella. Mantenerla a distancia para no sentirme abandonada. Marianne Hardy tomo su decisión, hace dieciséis años, cuando se dijo a sí misma que ya no quería seguir jugando a las muñecas. Y mucho menos a la mamá.

No llevo ni su apellido, ni su amor.
¿Lo único que nos une? Lo rubio de nuestro cabello, el color de nuestros ojos y lo claro de nuestra piel.

Tristan se estira suavemente, cerca de mí. Sin abrir los ojos, se voltea de espaldas, dejándome admirar su torso perfectamente dibujado, la fineza de sus rasgos, los tenues rayos de luz que parece deslizarse sobre su piel. La cobija se le sube hasta el ombligo, impidiendo que me aventure más abajo. Pero no importa, no lo necesito. No ahora. Su belleza me basta para apaciguarme.

– ¿Hasta cuándo piensas observarme, Sawyer?

Su sonrisa retorcida está particularmente tentadora. Su mirada animal. Su voz ronca salió de la nada y resonó mucho más fuerte de lo que debía.

Mordiéndome las mejillas para no reír, me lanzo sobre él y aplaco mi mano sobre su boca. Con una sonrisa desafiante sobre los labios, le murmuro:

– ¿Quieres que nos atrapen? Habla menos fuerte, sobre todo si es para decir esas tonterías...

– ¡Admite que eres adicta! resopla quitándome bruscamente la mano.

En menos de dos segundos, me encuentro atrapada entre un blando colchón y un cuerpo de titán. Sus labios se pierden en mi cuello, gimo y me agito para empujarlo. Fracaso: el insolente me controla con una facilidad impresionante.

– Deja de luchar, ya te dije que no me vas a ganar...

– Suéltame si no quieres terminar estéril...

Él ríe con su voz profunda, luego clava sus ojos hipnotizantes en los míos.

– Liv Sawyer y su delicadeza legendaria...

– Si querías una Miss America o una rubia sin cerebro, no me hubieras elegido a mí.

– Tuve exactamente lo que quería, sonríe de esa manera que me desarma.

Una chica hombruna con ojos de hielo, carácter de fuego y piernas interminables.

Una chica sublime y radiante, que dice groserías y no sabe a qué grado me vuelve loco.

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