5. A plena luz

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Todo sucedió en pocos minutos. Tristan y yo terminamos por dormirnos en nuestro escondite, mucho tiempo después de que la voz robótica levantara la alerta de ciclón. No sé ni cuánto tiempo nos quedamos allí, abrazados, a pesar de que ya nada nos obligaba a hacerlo. Pero mi padre terminó por llegar a la casa, abriendo la puerta estrepitosamente. Sólo ese ruido y sus gritos llamándonos lograron despertarnos. Nos volvimos a vestir a toda velocidad, y mientras mi padre nos buscaba en el primer piso gritando, arreglamos nuestro cabello que estaba despeinado y nos dimos un último beso. Justo antes de salir de la famosa habitación de seguridad, con las mejillas todavía rojas del placer y las prohibiciones. Si Craig hubiera entrado en silencio, si no nos hubiera despertado, nos habría descubierto.

En ambos sentidos de la palabra...

Mi padre regresó en cuanto pudo, preocupado por mí, por nosotros. Fue uno de los primeros en escaparse del aeropuerto en cuanto las autoridades decretaron que el ciclón ya no era una amenaza para las Keys. Habló con Betty-Sue por teléfono, quien está perfectamente bien. Sus gatos, perros y cochino la acompañaron en su refugio improvisado. Harry y Sienna, por su parte, intentaron tomar su avión - a pesar del medio día de retraso - pero finalmente desistieron.

Creo que la castaña ya no podía seguir tranquilizando a su hijo, completamente traumatizado, que lloraba abrazando a Alfred cuando regresaron a la casa. Sólo Tristan pudo regresarle la sonrisa al pequeño tan sensible.

Finalmente no tuve mi semana de libertad que tanto esperaba pero, frente al espejo de mi habitación, distingo una pequeña marca roja en mi oreja derecha - ahí donde Tristan me mordió hace algunas horas - y mi decepción desaparece. Me consuelo a mi manera, volviendo a pensar en esas horas de abandono puro. Tristan y yo, solos en el mundo en la safe room, en medio de la tempestad. Una tempestad de cuerpos desenfrenados, de sensaciones nuevas, de gruñidos y de suspiros.

La intensidad de su mirada, la suavidad de sus manos, la fuerza de su deseo...

Bonnie y su coche destartalado vienen a buscarme cerca de las 8 de la noche. Me amarro rápidamente el cabello, me pongo la chaqueta encima de mi playera de Jaws y bajo las escaleras sin encontrarme con nadie - de no ser por mi padre que me hace una señal desde el patio donde está fumando a escondidas. Mientras me acomodo en el asiento delantero de cuero desgastado, jalo el cuello de mi chaqueta. El viento sigue soplando con intensidad, aun cuando el cielo ya está despejado.

La naturaleza se ensaña porque sabe... me informa mi amiga haciendo rugir su motor.

– ¿Sabe qué?

– Que todos los hombres son una basura. ¡Y que esta Navidad apesta!

Drake… Todavía no lo ha superado.

– ¿Y? pregunto en voz baja, llena de compasión.

– ¡Y espero que se haya hecho encima pensando que un ciclón se lo iba a comer!

Cuando Bonnie está enojada, no intenta disimularlo. Su pobre auto es el que tiene que pagar las consecuencias cuando ella lo enciende y está por chocar contra una palmera.

– ¡Mierda, Ebony Robinson, me vas a matar! ¿No pasaremos a recoger a Fergus?

– No. La última vez que lo vi, tú estabas en París. O en Bretaña o no sé dónde. En fin, se suponía que él me subiría el ánimo y en lugar de eso, me hartó durante toda una hora hablándome de su fiesta arruinada y de que tu hermanastro es un bastardo.

– ¿En verdad dijo eso?

– ¿« Bastardo » ? repite ella.

– Sí.

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