Vuelvo a pensar en mi emoción, hace seis años, cuando mi padre me propuso dejar París para mudarnos a Key West, su ciudad natal, la última isla del archipiélago de las Keys, en Florida.
Pensaba encontrar ahí un paraíso terrenal y poder escapar a mi existencia banal.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 2 años. Mi padre, americano de nacimiento y de corazón, se había quedado en Francia sólo para no alejarse de mi madre, parisina con un instinto maternal por debajo del nivel del mar.
Pero cuando cumplí 12 años, tanto ella como yo dejamos de fingir y mi padre consideró que ya era lo suficientemente grande como para escoger dónde quería vivir.
En la contaminación y la vida gris de París, en medio de 2 millones de personas anónimas.
O en una pequeña isla del sur de los Estados Unidos, entre Cuba y Miami, con un clima tropical, aguas turquesa, 20,000 habitantes que se pasean principalmente en bicicleta, y un ambiente caribeño.
Tomar una decisión me llevó menos de un segundo.
Pero este paraíso sin nubes sólo duró tres años - conocí a mi adorada abuela materna, me hice de algunos escasos pero muy buenos amigos, descubrí cada rincón de Key West y me enamoré de su naturaleza salvaje, de todos esos animales que viven casi en libertad entre la ciudad y la playa del ambiente bohemio que reina entre artistas, escritores, bailarines, músicos, pescadores, marines, ecologistas y gays sin complejos que escogieron por domicilio esta isla mágica.
Luego mi padre, agente inmobiliario de gran éxito, le vendió una villa de lujo a una tal Sienna Lombardi, madre de un chico de mi edad, que acababa de enviudar y de dar a luz a otro bebé. ¡Todo un caso! Cualquier otro hombre habría salido corriendo excepto mi padre, quien tiene una bondad fuera de lo común, una voluntad sin fallas y que no retrocede frente a ningún obstáculo que la vida ponga en su camino.
Sí, amo y admiro a mi padre. Y lo peor es que ni siquiera me avergüenza decirlo.
No sé si el encanto de la italiana con fuerte personalidad tuvo su efecto o si mi padre sintió el deber de ayudar a esa mujer en pleno drama con sólo 35 años, pero todo sucedió muy rápido entre ellos.
Para mi gran desesperación. Mi padre y yo, que habíamos vivido solos desde siempre, dejamos nuestra casa para instalarnos en esta inmensa villa victoriana con fachada azul pastel y suficientes habitaciones y baños para todos nosotros. Y hasta una piscina.
Pero en lugar de formar la linda familia recompuesta que uno ve en las películas de Hollywood, nosotros permanecimos siendo dos clanes viviendo bajo el mismo techo, los Sawyer de un lado y los Quinn-Lombardi del otro - aun cuando mi habitación está al lado de la de Tristan, jamás hemos compartido nada que no sea una pared.
Creo que Sienna es incapaz de vivir sola, sin un hombre en su vida, pero sin llegar a depender de él. Ella y mi padre son más bien independientes - y muy trabajadores, lo cual hace que finalmente no se vean tan seguido.
En todo caso, ella jamás le ha pedido que juegue al padre con Harry, quien nunca conoció al suyo.
Así todo el mundo quedó en su lugar: marido y mujer, madrastra e hijastra, padrastro e hijastro.
Toda esta historia casi podría haber resultado bien si Tristan y yo no tuviéramos una relación tan difícil, desde el día en que nos conocimos.
Llevamos tres años conviviendo a fuerzas, nuestras escasas pláticas comienzan siempre con una provocación y terminan forzosamente con una pelea. El simple hecho de encontrarnos en el mismo lugar produce chispas. Si Dios quisiera jugar con nosotros, no habría podido crearnos tan diferentes.
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Juegos Prohibidos
Teen FictionA los 15 años conocí a mi peor enemigo. Sólo que Tristan era también el hijo de la nueva esposa de mi padre. Y eso nos obligaba a vivir en la misma familia, aunque no tuviésemos ningún vinculo de sangre. Entre nosotros, la guerra estaba declarada. Y...