Capítulo 20

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Cuando Akaza se separó, arrancado su propio brazo en la batalla antes de aquellas llamas los envolvieran y lo abrazaran, solo fue entonces semi consiente del cambio que se haba producido en la demonio.

Su querida Akiko había cambiado, podía percibirlo débilmente.

Akio se había separado de él  con cuidado, pero sin ser mucha la distancia, ya que le sostuvo y le ayudo a recostarse en el suelo, el brazo del demonio Akaza seguía en su abdomen, al moverse enmudeció del dolor.

Lo sabía, moriría.

Sin embargo Akiko se negaba, se oponía al destino del resultado de aquella feroz batalla, usando la sangre que ya brotaba de sus heridas dejo que cayera sobre el pilar sin llegar a tocarlo realmente, antes de tocar su piel la sangre se volvió llamas de fuego rojas, verdes, azules caían en su herida.

Kyojuro no sabía que hacía pero el dolor era insoportable.

Sentía la sangre escaparse de el a borbotones.

Su ropa se humedecía y pagaba a su piel por la sangre que se escapaba por aquella herida mortal.

Akiko dejó aquello sintiendo que era suficiente sangre y fuego que lo envolvia.

--No te preocupes, yo me encargó del resto.-- dijo la demonio lo mas suave y dulce que pudo, iba poner finalmente un pie fuera de aquella hoguera de fuego que los protegía del exterior.

Kyojuro aún siendo un poco consiente entre su espiral de dolor recordó la colores tan vibrantes y salvajes que había visto en aquellas llamas que lo rodeaban de forma gentil, aquellas leguas de fuego solo calentaban su cuerpo alejando el frío del él.

Pero haba algo más.

Kyojuro lo sentía, aún con el dolor.

La sangre de ella, su fuego, estaba evaporando su sangre, y está volvía a el en forma de tejido.

Era extraño, sentía como si cuerpo volvía a conectarse, tejido con tejido, vasos con vasos, órganos con órganos, piel con piel.

Una célula a la vez.

De no haber sido por su extremo cansancio quizás si hubiera gritado de dolor por todo lo que estaba sintiendo, como si realmente hubiera estado siendo abrasado en fuego mismo.

Pero este fuego danzaba y mostraba sus colores, no lo estaba quemando,  lo estaba ayudando.

Y antes de poder seguir sintiendo cerro sus ojos, finalmente vencido, el fuego se redujo y el calor se acercó más a él.

Sentía las leguas de fuego acariciar su rostro, sus heridas y sus manos.

Sintió algo antes de hundirse en la inconsciencia, una diminutas patas, como las de un gato o perro pequeño, y como después se acurrucaba sobre la herida mortal que le haba hecho Akaza.

Ahora ya no estaba tan seguro si iba a morir o vivir.

Pero aun no sabia que iba a pasar, estaba demasiado cansado como para seguir sabiendo que iba ocurrir después. 

Sin poder resolver su duda cayó en la oscuridad.

Hacía frío y se sentía como hundirse en aguas heladas entumeciendo las extremidades de su cuerpo, como el aire se escapaba de sus pulmones y la sensación de tragar agua hasta ahogarte lo comenzaba a llenar, pero no duró mucho la sensación, pues la sensación del dolor llegó de forma abrasadora y arrebatante que por fin dió un alarido entre toda aquella oscuridad, pero está se trago su grito, su dolor, y su agonía.

Un vacío, eso era.

Renguko pensó que también se lo tragaría a él.

Pero una llama tan pequeña se acercó a su rostro llamando apenas su atención, pero el pilar al verla no le perdió de vista, danzaba a un lado a otro preocupada, sin saber por qué extendió una mano apartándola de su muy adolorido cuerpo.

Ojos color fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora