Lia
Como prácticamente siempre, hoy me toca cerrar la pastelería. Me quito el delantal manchado de harina y masa seca de algún pastel que he hecho durante el día y lo guardo en una bolsa de plástico que me he traído de casa. Seguidamente, guardo la bolsa en mi mochila para llevármela a casa y lavar el delantal.
Alicia, la propietaria de la pastelería, se ha ido a casa hace un par de horas o así, la pobre mujer a sus setenta y cinco años trabaja más de lo que debería. Y desde que he llegado a trabajar por la tarde, solo la he escuchado quejarse del dolor de pies que tenía.
Eva, mi compañera y alumna en prácticas, se ha ido también justo cuando hemos cerrado. Antes de irse ha girado el cartelito de cartón blanco con letras rojas de la puerta que desde dentro se lee la palabra: ABIERTO, pero las personas de fuera leen la palabra: CERRADO.
Agarro un viejo trapo que solía ser morado y ha ido perdiendo color con el tiempo, voy hasta el lavamanos para humedecerlo, antes de poder echarle algo de agua se me cae al suelo.
Ya empezamos... odio que se me caigan las cosas, me pone muy nerviosa tener las manos de mantequilla, y el ser patosa no ayuda a mis nervios.
Resoplo antes de agacharme cansada a por el trapo que se me ha caído, abro el grifo para humedecerlo, el agua cae en el hondo y gran lavaplatos y moja el estropajo que hay en él. También agarro el estropajo y lo escurro antes de echarle jabón líquido de color verde oscuro.
Intento no mojar el suelo de baldosas de gres rústico de un color rojizo; evidentemente, no lo consigo, y caen algunas gotas de agua al suelo que voy a tener que secar. Paso el estropajo lleno de jabón líquido por la gran mesa de acero que hay en medio de la cocina de la pastelería, rasco bien la masa que se ha secado de la última tanda de magdalenas que he hecho y después acabo de limpiarla con el trapo.
Seco con papel las gotas que han caído antes al suelo y suspiro de cansancio, cojo mis cosas y me dirijo a la salida de la cocina. Antes de apagar la luz e irme hecho un vistazo general a la cocina. Todo está fregado, recogido y listo para mañana, no hay ningún cacharro sucio y están todos bien limpios y colocados al lado del inmenso lavamanos.
Apago la luz y me dirijo a la puerta pasando por detrás del mostrador, también le doy un pequeño vistazo a la zona de la cafetería, Eva lo ha dejado todo reluciente cosa que agradezco. En el mostrador, que también es expositor, quedan varios trozos de pasteles, un par de bizcochos de limón con glaseado del mismo sabor, un trozo de red velvet y otro trozo con nata y fresas.
En una caja para pasteles de color blanca con el logotipo de la pastelería guardo los trozos de pasteles y decido llevármelos para casa. Alicia siempre insiste en que Eva y yo nos llevemos lo que queramos de las pastas o pasteles que sobran, incluso el pan. No le gusta dejar los pasteles a la venta más de dos días y el pan debe venderse el mismo día que se hace. Siente que no están tan buenos, según ella quiere lo mejor para sus clientes. Nunca me supone un problema llevarme las sobras de la pastelería, de hecho, mis compañeros de piso lo agradecen y disfrutan los trozos de pasteles que traigo o hago en casa como nadie. Creo que hoy en día ningún estudiante independizado se quejaría de la comida gratis.
La puerta de la pastelería tengo que cerrarla con llave, y hay que tirar de ella para poder cerrarla bien. Dejo la caja con los trozos de pastel en el suelo y cierro la puerta, siempre me cuesta un poco porque hay que pillarle el truco a la puertecita de las narices. Con varios saltos consigo agarrar una cuerda gruesa que cuelga de la persiana metálica que sirve para bajarla, cierro las cerraduras de la persiana, agarro la caja del suelo, y ya, por fin, vuelvo a casa.
Camino por las calles de baldosas grises con una flor en cada una de ellas, por la amplia carretera del lado de la acera pasan varias motos, coches y taxis. Cientos de farolas iluminan las calles construidas en varias manzanas con una estructura cuadriculada y que si no conoces muy bien consiguen que te pierdas. Sigo recorriendo la calle y diviso el gran edificio inacabado de esta gran ciudad, desde la terraza de mi casa, algo alejado, se ve este bonito y gran edificio por el que se conoce a la ciudad de Barcelona.
ESTÁS LEYENDO
Veneno
Ficção AdolescenteLia Santos es una joven repostera que vive en un pequeño piso de la ciudad de Barcelona junto a sus amigos de toda la vida. Lia es sencilla, tranquila y altruista, la pasión por la repostería perdura en ella desde que era pequeña cuando cocinaba jun...