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Si alguien le preguntase a Luciana, si había dormido bien, ella le habría respondido con una palabrota.

Para empezar, su turno en la taberna se alargó hasta casi las dos de la mañana, ocasionándole unas manos arrugadas y pálidas por el agua, además de que, todo aquel tiempo que tuvo que estar agachada y de pie la dejó bastante agotada Luego, ¡como si ella debió habérselo esperado! El santo de aries casi la mata de un susto, prácticamente secuestrándola, y trasladándola en un parpadeo hasta su morada... donde, tres malditas horas después, por poco la mata asfixiándola con un abrazo mortal en su propia cama, ¡para luego agradecerle por haberle despertado!

¡¿Algo de eso tenía sentido?!

Luciana se aferró a su cordura, tuvo que respirar, refrescar su cerebro y no explotar ahí mismo donde estaba.

Sin embargo, ¿algo de eso tenía la más mínima cantidad de lógica? ¡Claro que no! Luciana estaba confundida y hasta mareada, todavía no se le había pasado aquel mal trago de terror puro en el que su vida colgaba de un hilo. También sentía que, de un segundo para otro, había caído en un mundo lunático donde atentar contra la vida ajena era tan normal como respirar. Sólo eso explicaría porque Gateguard de Aries no estaba arrodillado pidiéndole perdón por casi matarla... dos veces.

Aunque, siendo un poco justos, él se disculpó (patética y simplonamente, había que decir) por su segundo acto violento en medio de su propio sueño, y, a pesar de seguir haciendo quejidos por su miembro apaleado, Gateguard de Aries no le había reclamado a Luciana por los golpes que ella le dio.

Hasta ahora, Luciana sólo estaba segura de una cosa.

Ni de chiste, iba a moverse hasta tener una explicación más detallada de lo que acaba de pasar. Eso y una disculpa verdadera.

Entonces, aquí estábamos, ella, todavía sentada en el suelo frío con la espalda pegada a la puerta, y él recostado bocarriba otra vez sobre la cama.

—¿Ya vas a venir a dormir? —le preguntó Gateguard de Aries, como si el peligro hubiese pasado al fin.

Adherido a su sentimiento de perturbación por lo recién ocurrido, Luciana sintió un tic nervioso atacando su ceja izquierda al mismo instante en el que la indignación se le atoraba en la garganta y le impedía comenzar a llamar a Gateguard de Aries, con mil y un insultos.

—¿Si lo hago... terminarás lo que empezaste?

—¿Mmm? ¿A qué te refieres? —masculló soñoliento

—¿Vas a matarme? —miró desconfiada en su dirección, aunque, por su postura en el suelo, no podía verle ni los pies.

—Ya te dije que no era mi intención hacerte daño.

¿Y se supone que eso tenía que calmarla o... qué?

—Pero lo hiciste, casi me matas —estrechó su mirada con enojo.

Luciana agarró valor y se levantó del piso, descubriendo que él estaba acostado bocabajo con la cara hundida en la almohada, sin la sábana encima, por lo que Luciana pudo ver de primera mano su ancha y fornida espalda... y esos musculosos brazos flexionados hacia arriba, los cuales (como ella misma acababa de comprobarlo) casi la partían en dos.

¡Despierta! Le gritó su razón.

Pero, como si estuviese discutiendo con una gemela santurrona suya habitante de su cerebro, Luciana le pidió permiso para deleitarse los ojos un poco más.

No tienes remedio, está bien.

Tragando saliva, Luciana miró una vez el bien formado culo de aquel maniático y cuando tuvo suficiente, desvió su atención a la única ventana de la alcoba. No quería distraerse más, y muy para su pesar, el físico de ese hombre (sobre todo ahora que casi no tenía ropa) la distraía mucho.

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