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La próxima vez que Luciana abrió los ojos después de sentir que había estado flotando en la oscuridad total por algunos segundos, lo hizo con una fuerte necesidad de cumplir las necesidades básicas de un ser humano. Sin embargo, al verse en el interior del templo de Aries, tuvo que dejarse de niñerías y enfrentar al dueño de este recinto antes de hacer nada aquí.

Lo halló rápido, demasiado rápido.

Él estaba sentado en el extremo de la cama donde ella dormía; le daba la espalda, manteniéndose encorvado hacia enfrente, sus brazos estaban apoyados en sus rodillas, y ella, estaba cubierta por la misma cobija que la primera noche que pasó aquí.

«Entonces sí fue él» inhaló tranquila, todavía acostada bocarriba.

Tenía mucha sed, quería desahogar su vejiga. Pero, espiritual y físicamente, ella estaba muy en paz.

Su alma se había sentido tan calmada luego de haberle expuesto un terrible secreto a Gateguard de Aries... justo cuando apenas estaban comenzando a tratarse como seres humanos que, en serio, esperaba no haberse equivocado con su decisión.

Ni siquiera Margot, Nausica, mucho menos Colette, lo sabían.

¿Quién lo diría? Esa noche, en la que Luciana pensó que le serviría para odiar de por vida a Gateguard de Aries, fue la misma que les dio la oportunidad de explicar sus razones para actuar como lo hicieron.

Sólo los dioses sabían por qué pasaban las cosas, Luciana ya no quería esforzarse por entenderlos, sólo quería vivir en armonía con su día a día.

—¿No estás incómodo ahí? —habló con suavidad.

Miró como él, sin cambiar de postura, giraba un poco su cabeza hacia su dirección, pero no la volteaba por completo para mirarla.

—Estoy bien... —volvió su vista hacia enfrente—, ¿y tú? ¿Cómo has dormido?

Sonriendo agradecida por una consideración que no se había molestado en descubrir si él tenía o no, ella miró por la pequeña ventana dándose cuenta de que el sol ya estaba saliendo.

Se sintió culpable por haberse quedado dormida.

Había sido tan repentino. Sabía que estaba agotada, pero no al borde del desmayo.

Justo cuando deseaba no ser una carga para nadie.

—Bien —respondió apenada—, pero, lamento no haber cumplido con mi trabajo anoche.

Gateguard negó con la cabeza.

—Déjalo. Por una noche, no moriré.

—Aun así —susurró, sintiendo que, si hablaba más fuerte, se oiría como si gritase—, si quieres dormir un poco... —se fue levantando hasta quedar sentada—, aunque ya haya amanecido, yo... puedo quedarme y...

—No —se levantó como si nada—, tengo cosas que hacer.

Esperando que no sea una forma de decir que no la quería cerca hasta que fuese de noche otra vez, Luciana no protestó.

—Entiendo, ehm... —acariciando con sus manos la cama, no recordándola tan cómoda, Luciana necesitó preguntarle algo—, ¿crees que antes de irme a mi casa... pueda...?

—¿Mmm?

Ay cielos... ¿cómo rayos es que podía hablar e insinuarle cosas sexuales a este hombre y no pedirle indicaciones de dónde podría ir a vaciar la vejiga?

—Es que, quería saber... —se rascó la sien derecha con el dedo índice—, necesito... —alzó la cabeza hacia el techo.

¿Por qué diablos no le había preguntado antes?

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