❁⁎✬⁂【:.1.:】⁂✬⁎❁

170 9 0
                                    

—¡Orden de las mesas cuatro y siete, listas! —gritó la cocinera principal, saliendo de su área de trabajo, con dos bandejas de madera en manos—. ¡Vamos, dense prisa! ¡Hay clientes esperando!

Usando el uniforme de la taberna para las camareras: un vestido raído color café oscuro, el cual le llegaba hasta por debajo de las rodillas, Luciana corrió por su bandeja asignada, haciendo sonar sus zapatos con tacón bajo. Otra de sus compañeras hizo lo mismo con la segunda bandeja.

—Qué mala suerte tienes, mami —le dijo Nausica sarcásticamente triste, sabiendo a qué mesa se dirigía Luciana.

—Basta ya —se rio divertida, sosteniendo la bandeja con cuidado y rapidez—, si todas ustedes controlasen mejor sus hormonas cada vez que se acercan a un santo, seguro el jefe dejaría que le atendiesen.

—Mmm, no. Eso lo dejo para las mamis como tú, yo tengo deseos de casarme. Pero, hazme un favor. Dile que me mire —con la emoción natural de una chica interesada en un hombre, Nausica le guiñó un ojo.

Sabiendo a que, con eso de mami, Nausica se refería a la edad de Luciana y a su fecha de caducidad como mujer vencida, las dos se miraron con una sonrisa y partieron a donde debían ir.

Gracias a su experiencia, a pesar de ser muy joven, Nausica se metió ágilmente entre un montón de hombres corpulentos, de diversas edades, los cuales rodeaban una enorme mesa redonda; cada uno de esos hombres le triplicaban el peso, pero ella logró infiltrarse entre ellos con varios tarros de cerveza espumosos en su bandeja.

Luciana, por su lado, cargaba sin ninguna dificultad su bandeja de madera con la misma orden de siempre: un plato humeante con una chuleta de ternera asada y puré patatas a un lado; un tarro de cerveza pequeño sin mucha espuma, y un tenedor junto a una cuchara.

La mesa siete, desde hace casi 3 meses, estaba siempre reservada para el mismo hombre. Luciana no lo negaba, al principio, fue una gran novedad para ella y sus colegas de trabajo tener a un santo dorado como invitado durante la cena. Sobre todo si se trataba de él.

Gateguard de Aries.

Pero al cabo de un poco tiempo, todos los interesados se dieron cuenta de que él no hacía nada particular ni parecía buscar ser el centro de atención, como otros santos con mucho menor rango que el suyo. Gateguard de Aries tampoco había mostrado el más mínimo interés en querer tener un trato especial. Pagaba por lo que pedía, no llamaba a ninguna chica para que lo mimase, ni había pedido que le hicieran caravanas al pasar.

Mientras ella caminaba hacia su mesa, Luciana lo veía con atención.

Joven, guapo, pelirrojo, con músculos... pero, también, con una mirada algo perdida en la cara.

Era triste verle tan ido del mundo mientras miraba por la ventana. Allá en esa mesa que él había exigido sólo para su uso exclusivo... cosa por la que, ella sabía, Gateguard de Aries pagaba bien.

Debido a que todos los chismes del pueblo llegaban tarde o temprano a la taberna, Luciana sabía que este santo tenía una fuerte conexión con el Patriarca Itiá. Sin embargo, su carácter era voluble y agresivo, tanto así que el jefe... temiendo que las chicas cariñosas pudiesen molestarlo y ahuyentarlo del negocio, había designado a Luciana para ser su camarera, desde la primera noche que les visitó hasta esta.

Luciana podría tener su fecha de caducidad como mujer vencida, pero no era ciega.

El joven hombre era tan apuesto y sexy como cualquiera de sus compañeros de armas, sin embargo, había un aire tan oscuro y deprimente en él que, ocasionaba que Luciana prefiriese mantenerse lo más prudentemente alejada de su vista. Además, Gateguard de Aries no parecía ser de esos hombres que buscaban confort en cualquier mujer extraña.

Luciana estaba bien, así como estaban. Se sentía cómoda con esa rutina.

Él llegaba, ordenaba. Luciana traía sus alimentos y esperaba. Él terminaba de comer (o a veces apenas y picaba el puré de patatas con la cuchara) y luego se iba sin decir nada, pero eso sí, dejando atrás de él una jugosa propina para Luciana, a un lado del dinero por pagar.

¿Qué se hacía con la comida que se desperdiciaba? Luciana tenía una regla propia: la comida no se tira a la basura. Así que, dependiendo de qué tan picada estuviese, se la daba a los perros o se la comía ella misma. Como se dijo, Gateguard de Aries, comía o no comía. Por lo que, Luciana había presenciado antes, él tenía la costumbre de jugar sólo con el puré de patatas con la cuchara o el tenedor, sin embargo, no tocaba nada con los labios o los dedos, y si lo hacía, terminaba por comerlo todo.

De cualquier forma, daba igual si él tocaba o no los alimentos con las manos.

La vida de Luciana nunca había sido fácil, y comer lo que otros dejaban atrás no significaba nada para ella. Además, el santo de aries se veía en perfecto estado de salud, a leguas se notaba que cuidaba su higiene, y sus modales en la mesa eran pulcros, por lo que Luciana jamás ha tenido inconvenientes con ocuparse de sus platos sin tocar.

Y aunque, como se dijo, al principio fue una gran novedad verle entrar cada noche; con el tiempo se volvió una rutina. El dueño ya hasta le tenía una mesa reservada a la misma hora.

La mesa número 7, al fondo del local a un lado de la ventana. Alejado de todos los demás.

 Alejado de todos los demás

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ℭ𝔢𝔯𝔳𝔢𝔷𝔞 ℜ𝔬𝔰𝔞𝔡𝔞 | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora