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Por si la sorpresa de haber hecho un pacto de amantes secretos con Gateguard de Aries no fuese suficiente, Luciana se vio, cara a cara, con un segundo acontecimiento asombroso.

Luego de haber desayunado (bebido un té en lugar de café) y pensar que las cosas no cambiarían demasiado, después de su escenita con el santo, ya que, después de todo, ambos eran adultos y no iban a hacerse noviecitos por un par de besos que compartiesen; ella se encontró con el hombre pelirrojo, en la alcoba que compartían, pero no estaba él solo, sino que también, ahí adentro, se hallaba Sage de Cáncer.

Gateguard se mantenía sentado a los pies de la cama; Sage, de pie enfrente de él. Ambos la vieron con seriedad.

Permaneciendo estática, de pie, sin atreverse a cruzar la puerta, sintiéndose demasiado incómoda, ya que no esperaba encontrarse a ese hombre ahí, donde ella ocultaba su ropa ensangrentada de, debajo de la cama, Luciana, de forma instintiva, cruzó sus brazos sobre su gran pecho, sintiéndose... desprotegida en el área de los pezones, aunque la playera que usaba le quedaba un poco floja, pasó sus ojos de Gateguard a Sage.

Ella no tenía problemas en que Gateguard la viese así o incluso un poco más descubierta... es decir, habían pasado ya muchas cosas, y no se sentía tímida en ese aspecto con él. Pero, el santo Sage era un punto aparte. Demasiado aparte.

Además, viendo que Gateguard tendría la tarde ocupada, ella decidió que iba a tomar sus prendas e irse a casa a cambiarse el paño, el cual ya estaba algo húmedo. Luego, ambos hablarían de sus nuevos términos.

—Disculpa ser tan inoportuno —le dijo Sage a ella, con su habitual tono educado—, pero necesitaba hablar contigo también —hizo una breve pausa, para luego ver a su compañero—. Gateguard.

—¿Qué? —gruñó con seriedad.

—¿Puedes?

No encontrando normal esto, ella tragó saliva. Se mantuvo callada, sólo pasó sus ojos de un santo al otro.

—¿Algo anda mal? —musitó nerviosa, finalmente, ante la incomodidad del silencio. Incluso apretó más sus brazos contra ella.

—Gateguard —habló Sage de Cáncer, cosa que al pelirrojo fastidió.

—¿Por qué diablos no puedo oírlo yo también? —preguntó molesto.

—Sólo hazlo —le dijo serio e insistente, no sintiéndose más feliz que él—. Sal de aquí.

Mirándolo enojado, Gateguard pasó de lado de Luciana sin decirle nada. Por la cara que él llevaba, a la mujer se le hizo raro que él no azotase la puerta al irse. Tan vez, en el fondo, era un hombre bastante maduro, aunque su carácter fuese difícil de controlar... incluso para sí mismo.

Al cabo de un corto tiempo en silencio, Sage de Cáncer suspiró.

—No sé qué decir. En verdad odio discutir con él.

—Sí... yo... —ella tampoco supo qué decir, salvo que no quería meterse en problemas con ninguno de los dos—. ¿Qué no debe oír?

Mirándola atento, pero no por verla usando ropa masculina que evidentemente era de Gateguard, el santo le pidió que se sentase donde anteriormente había estado el pelirrojo. Cuando lo hizo, Luciana esperó que la charla no se prolongase tanto para que ella pudiese ir a la letrina y cambiarse el paño. En serio, estos días, eran demasiado estresantes para ella. Una mujer que no podía comprar ropa nueva cada mes no podía arriesgarse tanto.

—Verás... hace poco, su Ilustrísima me mandó a llamar. Él ha estado preocupado por Gateguard y no está muy seguro de si en verdad está logrando progresos con respecto a su problema.

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