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Sonriendo triunfante, Luciana le palmeó el antebrazo a su disposición.

—¿Ves? No fue tan difícil.

—¿Sabes qué otra cosa no es tan difícil? —murmuró con voz gutural.

De pronto, verlo a los ojos volvió a ser algo bastante intenso para su propio bien; el azul oscuro, esas largas pestañas y aquel natural semblante afilado. Además, ese tono en su voz la puso inesperadamente nerviosa, tanto que, justo cuando vio venir el color carmín pintando su rostro, dijo la primera estupidez que se le ocurrió.

—¿Bostezar con los ojos abiertos?

—¿Qué? —la miró serio.

Por un segundo ella se intimidó, pero luego recordó que él no le haría daño, aunque lo enojase bastante, así que, no temió por su integridad física.

—Bostezar con los ojos abiertos —insistió, haciendo gala de uno de sus talentos al mismo tiempo que buscaba enfriarse y fingir que no se sentía particularmente ansiosa por algo sorpresivo—, no es tan difícil cuando lo intentas de forma continua, bueno, para mí lo es, pero ya casi lo logro.

Al terminar su charlatanería, ella sonrió como una idiota; y por la nariz, tomó aire hasta que sus pulmones se llenaron, mirándolo, esperando... algo. Algo que sólo él pudiese darle. Luciana no lo sabía, pero se sentía con un poco de miedo. No. No era miedo, era algo más, pero todavía no sabía qué era. Y no era algo malo.

—No, Lucy. No es bostezar con los ojos abiertos —él volvió su mirada al frente.

Wow, ese diminutivo sonaba tan bonito (bastante sexy, también) saliendo de sus labios.

—Entonces... ¿estornudar una palabra?

Esta vez le tocó a él inhalar profundo.

—No.

—Pues, dímelo.

Cuando él la volteó a ver con una intensidad que, incluso la hizo querer hacerse un poco para atrás, Luciana se dijo que tal vez, estaba leyendo muy bien los ojos de este hombre.

—Abrir la puerta de este lugar.

O tal vez era ella la que todavía no entendía que lucir tan apetecible no era algo que Gateguard hiciese apropósito.

Esperando unas palabras muy diferentes: "quiero besarte más", por ejemplo; Luciana parpadeó confundida.

—¿Cómo dices?

—¿Acaso no usan llaves con esta puerta? —se levantó de golpe, para ir hacia la entrada, donde señaló el pomo ante la estupefacta mirada que le seguía—. Esto no es seguro; menos para un par de mujeres jóvenes.

«¿Joven?» ella ladeó la cabeza; de todos los hombres, él era el único en referirse a ella como una mujer joven.

—Cualquiera puede venir, empujar, entrar y esperarlas —volteando para verla, aparentemente sin darse cuenta que había dejado muda a Lucy, agregó—: necesitas una cerradura nueva, y que sea decente —farfulló lo último.

—Lo... tendré en mente, gracias por tu observación —musitó de manera inocente.

Mirándola con cierta desconfianza, él se cruzó de brazos.

—¿Segura que no lo olvidas?

—Creo que sí... espera, no. No lo olvidaré —suspirando, relajó su expresión de decepción. Ella por un segundo pensó que él iba a pedirle un... ¿cuarto o quinto beso?

Qué más daba, no podía ser tan exigente.

—Algo me dice que sí lo olvidarás —masculló más para él que para ella.

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