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Luciana tragó saliva.

«Ay... no, qué no sea eso» pensó temiendo saber a estas alturas, lo que estaba produciéndole esas molestias.

—¿Segura que estás bien? —preguntó Gateguard, viéndola sujetándose el vientre—. ¿Te duele?

—Ehm... —dudosa, Luciana comenzó a maldecirse por no haber traído unos paños de emergencia por si las dudas—, sí... eh, no —respondió a su última pregunta, rápido—. Yo... estoy bien. Ya... vamos a dormir.

Aprovechando su viaje común a la letrina, el cual hizo, primero que nada, Luciana quiso comprobar si sus sospechas eran ciertas. Sin embargo, imposibilitada de la vista gracias a la noche y la ausencia de la luz de una vela, Luciana se dijo que entre sus piernas no había nada... preocupante, por limpiar, además de la orina.

Para asegurarse, se llevó dos de sus dedos adentro de su intimidad para luego olfatearlos.

Nada.

Rogando porque esta noche se mantuviese todo en orden, ella se limpió, se lavó las manos y salió de la letrina en dirección a la alcoba. Todavía con un semblante preocupado. Una vez adentro, se encontró con que Gateguard ya estaba listo.

Él tenía los grilletes en sus tobillos y muñecas, y usaba una muda diferente de ropa, aunque la playera y el pantalón sólo fuesen distintos a los otros, de la noche de ayer, por el color.

—Te ves adolorida —señaló él, mirándola con atención.

—¿Tú crees? —sonrió nerviosa, tragando saliva. Se apresuró a quitarse el vestido exterior y quedarse con el blanco.

¡Blanco!

¡Qué-puta-perra-maravilla!

Frunciendo el ceño sobre ella, el hombre de rojo ladeó un poco la cabeza.

—Sigues sosteniéndote el vientre —como si estuviese estudiándola, Gateguard no se movió de su sitio con el fin de seguirla... ¿investigando?

Queriendo dejar ese tema en paz, y alzando la cobija para meterse en ella, dándole la espalda, Luciana respondió de manera tajante:

—No es nada para preocuparse... son... sólo... pequeñas molestias.

Él alzó una ceja.

—¿Pequeñas molestias? —sonó curioso.

—Sí. Déjalo ya —resopló negándose a decirle más, pensando que, si en esta ocasión se esforzaba por permanecer acostada así, de lado... no tendría por qué preocupare por manchar telas que no eran suyas a mitades de la madrugada... si es que era lo que Luciana se imaginaba que eran estos malestares.

Si algo salía mal, ojalá que su estrategia funcionase.

«Vamos, sólo espera hasta mañana» le pidió a ese algo que la molestaba cada cierto tiempo, cuando Luciana menos se lo esperaba.

Carajo... este era un momento por mucho, demasiado inoportuno.

—Está bien —dijo él, sin moverse.

Al cabo de un rato en silencio, Gateguard se acomodó en la cama, a medida que iba relajándose.

Deseando que esta noche fuese más tranquila que cualquier otra, Luciana agradeció haberse quedado dormida en su cama el tiempo suficiente para permanecer en vela y vigilar... no sólo a Gateguard, sino también a sí misma.

Hizo un ruido involuntario cuando su vientre se contrajo otra vez.

Sí, era lo que se temía.

Luciana apretó los dientes.

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