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—Buen día, nena. Hace mucho que no te veo por aquí, ¿qué te sirvo? —preguntó Mateo, el joven vendedor y dueño del establecimiento de comida, cuando Luciana le pidió un poco de agua para lavarse las manos.

Luego de asegurarse de que sus manos estaban aptas para tocar los alimentos que se llevaría a la boca, ella se sentó en una de las mesitas, secándose el agua con la ayuda de su ropa.

En total, había 3 mesas, y 2 de ellas ya estaban siendo ocupadas por otras personas.

—Dime por Zeus que aún te queda por lo menos un koulouri y café —masculló más que agotada, poniendo el codo derecho sobre la mesa y su mejilla sobre la palma de esa mano.

—Café, ¿eh? —Mateo sonrió acusador/juguetón.

El muchacho de cabello castaños y ojos oscuros era muy adorable y hasta gentil, pero también le gustaba enterarse de todo lo que pasaba a su alrededor. Eso incluía, por supuesto, lo que ocurría con Luciana.

—Mucho café —respondió ella con desgano—, si no es molestia.

—Mmm, ¿qué te pasa hoy, corazoncito? Luces mal, ¿pasaste una mala noche? —Mateo sirvió rápido lo que Luciana le pidió.

El pan koulouri en un platito y una buena taza de barro con café oscuro, eso era lo que Luciana necesitaba para desayunar. Mateo le sirvió personalmente.

—No tienes una idea —masculló cansada.

—Pues no te hagas del rogar y cuéntame —ansioso por saberlo todo, Mateo se sentó enfrente de ella, pero antes, les pidió a sus dos trabajadores: un par de chicos menores que él, que no desatendiesen a los otros clientes.

—Te emocionas demasiado. No tengo una vida tan interesante, Mateo —Luciana tomó el pan, cortándolo en dos pedazos, zambullendo uno de ellos adentro del café para luego llevárselo a la boca.

Delicioso pan tradicional griego. Y nadie lo hacía como Mateo.

—¿Y? Eso no significa que sea aburrida —sonriente, Mateo puso ambos codos en la mesa, juntando los dedos de sus manos y poniendo su mentón encima de ellos—. Anda, dime, ¿qué te pasó?

Mirando el café humeante, Luciana pensó:

«Bueno, primero, mi noche de ayer en el trabajo fue una mierda. Mi otro (recién) trabajo fue una mierda peor en donde casi muero dos veces. Pensé que iba a poder seducir a un niñato virgen con aires de grandeza, pero él hizo que me desnudara sobre su cama, se burló de mí, y yo tuve que hacer pedazos su ego porque... ¡él se lo busco!», pero luego de pensárselo mejor, Luciana no consideró que eso fuese lo más apropiado.

Casi a velocidad luz, razonó mejor las cosas:

Una cosa era enemistarse con un santo dorado y cantarle sus verdades en su cara. Otra cosa muy diferente (y hasta estúpida) era tratar de hundir su reputación de esa forma en el pueblo, siendo que ella tenía todas las de perder.

Para empezar, él era un hombre. Lo que quería decir que, todo lo que saliese de la boca de él iba a pesar el doble de lo que pudiese salir de la boca de Luciana.

Peor, sin testigos, ¿cómo ella podría acusarlo de hacer algo en su contra?

Para más inri, en el Santuario podrían castigarla severamente por difamación si Gateguard de Aries movía bien su lengua, cosa que Luciana no dudaba que él pudiese hacer. Y, enfatizando como subrayando ese punto con rojo, Gateguard de Aries era un santo dorado, uno de los 12 hombres más fuertes dentro del ejército de la diosa Athena que iban por debajo del Patriarca. Eso le convertía automáticamente en un hombre reconocido por muchos, con mucho poder en sus manos, y, además, era un tipo que (virgen o no) imponía demasiado respeto en Rodorio por su propia racha de misiones cumplidas con éxito.

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