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Luego de haber despertado, acostada de lado, Luciana, no queriendo levantarse, cerró sus ojos otra vez con desgano e intentó acomodarse para volver a intentar descansar un rato más; estaba tan agotada, tanto física como mentalmente. Ni siquiera sentía que había dormido durante horas.

Para su mala suerte, estando también en territorio enemigo ella no podía volver a permitirse creer que podría descansar, menos aquí.

Obligándose a sí misma, Luciana tuvo que abrir de nuevo los ojos lenta y pesadamente, notando que, por la ventana, estaba filtrándose la luz del sol. La miró por un rato con el ceño fruncido debido a que le molestaba y le impedía cerrar los párpados una vez más.

Quejándose guturalmente, Luciana se sentó pesadamente sobre la cama tratando de recordar qué había soñado. No lo recordaba. Sólo sabía que no había sido bueno... por la sensación de miedo que aún palpitaba en su estómago.

Quizás, era mejor dejarlo así y no pensar mucho en eso.

Genial, ella también había tenido una pesadilla...

«Gracias por eso, Gateguard de Aries», no debía culparlo a él de ello, era inmaduro hacerlo si es que ella tenía sus propios demonios, sin embargo, Luciana todavía lo resentía por lo de anoche.

Era mejor no amargarse más la mañana tratando de recordar, ni a ese sueño, ni a Gateguard de Aries.

Con suerte, lo que había soñado no sería algo importante, y en cuanto al santo...

«Espero que se haya regresado al infierno de donde salió» pensó todavía muy enojada con él.

Tratando de aliviar la molestia en sus ojos irritados, Luciana se los talló notando que, gracias a su llanto anterior, sus párpados habían acumulado muchas lagañas, además de que seguramente deberían estar hinchados por haberse dormido sin limpiarse la cara.

Como ese hombre se le pusiese enfrente... santo o no, ella misma iba a repetirle lo que le dijo antes de que él se fuese como un cobarde. Porque, claro, muy divertido molestándola... ¡ah!, pero cuando le devolvían el golpe, entonces sí huía, ¿no?

Sin embargo, antes de poder seguir maldiciendo su nombre, más pronto de lo que le hubiese gustado darse cuenta, Luciana se encontró con que su cuerpo había sido cubierto por una cobija gruesa color vino cuyo aroma, no era nada desagradable, pero sí peculiar.

Era un aroma extraño que no debía tentarla a acostarse otra vez.

Luciana no recordaba que esto estuviese cuando llegó a esta alcoba.

¿Qué significaba esto?

¿Acaso era una nueva broma del idiota aquel?

Es decir, no había que ser un genio para darse cuenta de que esa cobija la había traído Gateguard de Aries para ella.

Y si no había sido él, ¿entonces quién?

Sea como sea, eso no iba a hacerla cambiar sobre su decisión de ayer.

Aferrándose a su decisión con respecto a esta malísima idea de venir hasta acá para dormir con ese maniático maleducado, Luciana salió de la cama sin preocuparle su desnudez, dobló (por educación) la cobija, y luego tendió bien la sábana sucia por la sangre de la mano de su dueño. Cuando terminó, ella misma se vistió con la ropa que estaba amontonada a un lado de la cama, en el suelo; poniéndose los zapatos, se preguntó qué cara debería llevar al irse de aquí.

Hazlo con tu dignidad en alto, le dijo su razonamiento.

Sí, eso haría.

Con su dignidad en alto, con su dignidad en alto.

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