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—Ahí tienes, no hay nada entre nosotros. Somos adultos y nuestros asuntos (nada sexuales ni sentimentales, por cierto) no son de tu incumbencia —dijo Luciana, cruzándose de brazos indignadísima, viendo a Colette con los ojos entrecerrados.

—Aw, por un segundo me había ilusionado —suspiró bajando la cabeza—, pensé que, si yo también tuviese posibilidades de casarme con un santo, no necesitaría de trabajar más.

Palabras mágicas para el dolor perpetuo.

—Yo estoy pensando seriamente en darte unos buenos azotes por decir eso... y otros más por pensarlo —la miró con los ojos entrecerrados—, ¿acaso no has aprendido nada? —la regañó—, ¿quieres depender de un hombre toda tu vida? Vamos, no estoy criando a una mujer así. Mírame a mí, nos echaron de casa, ¿y me puse a llorar? Claro que no, hice lo posible por conseguirnos un techo. —Con un brillo alentador en sus ojitos, Colette la vio unir su puño derecho con la palma izquierda como si su mitéra estuviese lista para patear traseros—. Recuérdalo, nacimos solos, vivimos con otras personas si queremos, y morimos solos, así funciona esto.

Dejándola pensar en eso, Luciana la tomó de la muñeca y se acercó a Gateguard de Aries.

—¿Vienes o me esperas allá? —le preguntó con toda la normalidad posible.

Además, esa sería sólo una, de las muchísimas cuestiones que tenía Luciana para él.

¿Qué hacía en la taberna?

¿Cómo sabía que Colette estaba ahí y que ella arribaría también? Es decir, él afirmó que estaba esperándola.

¿Iba a asegurarse de algún modo que Cosmos no fuese a hacer un "movimiento" en su contra?

¿Realmente Colette no le había atraído en lo más mínimo?

Esa última pregunta que Luciana había formulado su cabeza le preocupaba, no por sentirse celosa de algún modo, sino porque la mocosa todavía era una niña y no iba a permitir que ningún hombre le tocase siquiera un cabello hasta que cumpliese los 18 años mínimo.

—Iré con ustedes —respondió él sin el menor problema en acompañarlas.

En silencio, los tres caminaron por las oscuras calles de Rodorio hasta llegar a los terrenos de la posada. Se adentraron para ver el panorama.

—Siempre me pregunté como sería uno de estos cuartos por dentro —musitó Colette, ganándose la mirada de reojo de Luciana, quien no le dijo nada.

Un sentimiento agrio se alojó en la mujer mayor al oírla usando ese tono melancólico; un sentimiento de amarga comprensión. Es decir, Luciana estaba segura que Colette, mientras vivió en el infierno con esa bestia al que debía llamar "hermano", debió haberse preguntado por lo menos una vez al día: ¿qué se sentirá vivir en un sitio donde no tengo que dormir con un ojo abierto?, algo que Luciana también había hecho en un pasado lejano.

Ella quería asegurarse que nunca más tuviesen que sentirse de esa manera tan inhumana.

—¿Aquí vivirás de hoy en adelante? —preguntó serio Gateguard de Aries cuando Colette entró al pequeño cuarto que se les asignó y comenzó a explorar, luego de encender una vela que la dueña le dio a Luciana antes de dejarla acomodarse.

—¡Es cierto, hay dos camas! —exclamó la chica mientras Luciana le cerraba la puerta, dejándola disfrutar de su nuevo espacio.

Ella necesitaba hablar con Gateguard sin Colette interrumpiendo.

—Sé que es pequeño —suspiró un poco apenada con esta situación—, pero es todo lo que pude conseguir. Digamos que no tuve mucho tiempo para pensar y menos para buscar otras opciones, ni siquiera sé si había otro sitio donde me cobrasen menos por algo mejor, aun así, yo pienso que no está tan mal...

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