7

230 14 0
                                    

La luz del fuego bailó a lo largo de la hoja de la espada cuando Peeta la sostuvo en alto y probó el filo con su pulgar. Después él se inclinó nuevamente para asentar las melladuras. Se había quitado la túnica debido al calor de las llamas y los músculos largos y elásticos de su espalda se contraían y relajaban con cada uno de sus movimientos, siguiendo un magnífico ritmo.

Katniss, sentada en su lugar, a los pies de la cama, estaba remendándole la camisa. Se había quitado el vestido y vestía solamente un camisolín blanco. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la pila de pieles, y con su cabellera suelta y cayéndole sobre los hombros, se parecía a una novia vikinga de antaño. Quizás corría por sus venas un poco de sangre de ese pueblo de navegantes, porque el calor del fuego y la visión de este hombre semidesnudo y encerrado con ella durante la noche le aceleraba los latidos del corazón. Cortó con los dientes el hilo de la última puntada y se le cruzó por la mente el pensamiento de que si ella fuera esa salvaje doncella vikinga, ahora quizá se levantaría, iría hacia él y acariciaría esa espalda musculosa y brillante, y pasaría las manos por esos brazos poderosos.

Se le escapó una risita cuando pensó cuál podría ser la reacción de él. Al sonido de la risa, los ojos azules de Peeta se elevaron y la miraron inquisitivos, y Katniss rápidamente desvió su atención de él y se dedicó a doblar la prenda que había reparado y a guardar aguja y las tijeras. Peeta dio un respingo, maldijo en voz baja y levantó su pulgar para mostrar un pequeño corte donde empezaba a formarse una brillante gota de sangre.

—Tu risa me lastima —dijo él en tono de chanza—. ¿Tanto te divierte mirarme?

—No milord.

Katniss enrojeció intensamente, porque su prisa para negar esa acusación revelaba en cierta forma el interés de ella. Estaba sorprendida consigo misma, porque ahora parecía que casi disfrutaba de la compañía de él y hasta lo buscaba con cualquier excusa plausible. ¿Qué verdad se ocultaba en las palabras de Finnick? ¿Ahora ella era más una doncella enamorada que una mujer vengativa?

Peeta volvió a su tarea y ella tomó otra prenda de él y empezó a remendarla con gran cuidado. Un leve golpe en la puerta perturbó la doméstica tranquilidad de la escena, y cuando Peeta respondió, entró Mags, quien saludó al lord con una inclinación cabeza y se sentó cerca de Katniss.

—¿Cómo has pasado el día, criatura? —preguntó, con voz aguda—. No te he visto, porque estuve ocupada en el pueblo con enfermedades y problemas.

Peeta resopló despectivamente ante la charla de esta mujer y se inclinó sobre su espada, que empezó a afilar concienzudamente. Sin embargo, Katniss arqueó las cejas inquisitivamente, porque sabía que ahora su madre se ocupaba muy poco de la gente y menos aún de sus dolencias, prefiriendo, por lo general, pasar el día recluida siempre que le era posible, planeando vengarse de los normandos.

Cuando vio que Peeta dedicaba su atención a otra cosa, Mags bajó la voz y habló en lengua sajona.

—¿Él no te deja ni un momento sin vigilancia?. Desde el desayuno he querido hablar contigo, pero siempre encontré al normando a tu lado.

Katniss hizo una seña a Mags para que callara y miró rápidamente a Peeta, llena de aprensiones, pero su madre meneó la cabeza y habló como si estuviera escupiendo las palabras.

—Ese asno jactancioso —dijo Mags— no conoce nuestra hermosa lengua, y probablemente sería incapaz de seguir nuestros pensamientos si la conociera.

Katniss le manifestó su acuerdo encogiéndose de hombros. La madre siguió hablando, con ansiedad.

—Katniss, no hagas caso del normando y escucha atentamente mis palabras. Finnick y yo hemos encontrado una forma de escapar y te pido que te unas a nosotros a la hora en que se oculte la luna —Ignoró la mirada de sobresalto de su hija y la tomó de una mano—. Podemos marcharnos de esta pocilga del sur y huir al país del norte, donde todavía son libres y tenemos parientes. Podemos aguardar allí hasta que se reúna una fuerza nueva, y entonces regresaremos y expulsaremos a estos vándalos de nuestras tierras.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora