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El niño fue bautizado Rye y Katniss conoció la felicidad, porque el pequeño era despierto y alegre. Un fuerte llanto cuando el hambre le agitaba la barriguita y rápidamente las lágrimas se convertían en murmullos de deleite cuando se prendía vorazmente a su pecho.

Peeta no encontraba paz en sus dudas cuando miraba los rizos que rápidamente se volvieron de un color dorado cobrizo, o en los ojos profundos y grises del bebé. Mags había presenciado el nacimiento, y durante las primeras semanas no se acercó, pero ahora, cada vez que el niño estaba por ahí, Katniss sabía que su madre no andaba lejos. No entraba en la casa a menos que así se lo pidieran Katniss o Peeta, pero si el día era templado, ella se ponía en cuclillas junto a la puerta y lo observaba mientras él yacía sobre una piel, frente al hogar. En esas ocasiones, Mags se mostraba retraída y parecía entregada a viejos recuerdos. Sabía que el niño era de su sangre y no podía dejar de considerarlo su nieto. Años atrás, ella había contemplado a su vivaz hijita de cabellos cobrizo jugando en este mismo salón. Ahora recordaba los tiempos felices, el amor, los momentos de dicha, y Katniss esperó que, con el paso del tiempo, las cosas malas que habían visto los ojos de su madre se esfumarían y desaparecerían.

Los días largos y calientes del verano se acortaron y septiembre trajo al aire de la noche el primer frío de invierno. Los campesinos miraban cómo maduraban los campos. Bajo la guía de Peeta, los sembrados habían sido debidamente cuidados y muchachitos provistos de largas varas se habían encargado de espantar a los pájaros y alimañas. La cosecha prometía ser más abundante que nunca. Finnick, en sus recorridas, llevaba un registro completo en sus libros, y el espectáculo del joven llegando a caballo con sus libros atados en la silla detrás de él era una cosa común. La gente hasta lo buscaba para que él midiera sus riquezas antes de guardarlas en las despensas o graneros.

Bueyes andaban en círculos para mover las piedras de molino de Darkenwald. La gente venía a este pueblo y trocaba mercaderías que le serviría para soportar el frío del invierno o compraba en la herrería de Gavin las herramientas para preparar los campos para la siembra de la primavera siguiente. Se acercaba el final de la primera cosecha y los últimos sembrados todavía maduraban al sol. Ya los graneros rebosaban y las despensas se llenaban, mientras que trozos de diversas carnes secas y ahumadas y grandes ristras de salchichas colgaban de las vigas. Peeta exigía de todo la parte del lord y los grandes depósitos debajo de la casa empezaron a llenarse. Jóvenes criadas recogían uvas y otras frutas para hacer vinos y golosinas, que eran guardados con el resto de las provisiones. Enormes panales de miel eran fundidos en jarras de terracota y la cera que subía era retirada y convertida en velas. Cuando una jarra estaba llena, la última capa de cera era dejada para que se endureciera y sellase el recipiente, que era guardado en las frescas profundidades del sótano. En la casa había una constante actividad, y cuando los rebaños fueron sacrificados y sólo se reservaron los mejores animales para el apareamiento del año siguiente, los olores a matadero y a curtiembre se sumaron a los otros olores del lugar. El ahumadero estaba siempre lleno y la sal era traída laboriosamente a través del pantano con el propósito de hacer salmuera para conservar las carnes.

La mano de Haylan estaba siempre presente y sus habilidades para ahumar y curar conservas tenían mucha demanda, y ella estaba contenta de que su hijo, Miles, hubiese encontrado un amigo en Haymitch. Este buen individuo podía enseñar muchas de las cosas que un muchacho necesitaba saber.

En los días que pasaban juntos, Haymitch le enseñaba al jovencito las costumbres de los gansos y otras aves de caza, y cómo lanzar una flecha y cazarlos; de ciervos y venados y dónde podía encontrárselos en el bosque; de zorros y de lobos y cómo armar una trampa, despellejar a los animales y convertir el pellejo peludo en una piel suave y abrigada. Siempre se los veía juntos, y donde iba el nórdico, el muchacho lo seguía.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora