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De la partida de Gale, a la mañana siguiente, sólo flotaron hasta los oídos de Katniss unas pocas palabras descriptivas. Se rumoreó que su ida fue apresurada, airada y sombríamente silenciosa. Katniss sonrió para sí misma cuando se enteró, regocijada por haber tenido la buena suerte de haber presenciado su humillación, y alegremente se dedicó a sus tareas, con el ánimo y los pies ligeros. El familiar y bienvenido peso de su ceñidor alrededor de sus caderas, y la acostumbrada daga en su vaina, aumentaron su confianza. No se sentía tan desnuda con su cinturón. El mismo Peeta se lo había traído cuando ella estaba vistiéndose esa mañana, y con su humor habitual, rechazó el agradecimiento de ella con un comentario satírico que la enfureció fugazmente.

Era la media tarde cuando Katniss, que estaba sentada con su madre junto a la tumba de Erland, levantó la mirada y vio a un hombre que, con paso cansado, venía desde el bosque hacia la casa señorial. Lo observó unos momentos, sintiendo que había algo extraño en la apariencia de él, cuando súbitamente advirtió que el hombre llevaba el cabello largo y desordenado y su mentón estaba cubierto de barba. Abrió la boca, sorprendida, pero enseguida ocultó su asombro a Mags, quien levantó la cabeza al oír la ahogada exclamación de su hija. Katniss sonrió tranquilizadora y meneó la cabeza, y la madre se inclinó nuevamente para mirar tristemente el montículo de tierra, y reanudó su suave balanceo hacia atrás y adelante, acompañándose con un canto suave y gimiente.

Katniss miró ansiosamente a su alrededor para ver si algún normando también había visto al hombre, pero no vio a nadie. Se levantó, y con una actitud serena que le costó fingir, caminó lentamente hacia la parte posterior de la casa. Cuando estuvo segura de que nadie la observaba o seguía, se volvió y atravesó corriendo el espacio despejado hasta la orilla cubierta de espesa vegetación del pantano y de allí se dirigió hacia terreno más alto y al lugar donde había visto al hombre, sin prestar mucha atención a las ramas y arbustos que le desgarraban el manto mientras ella corría hacia el bosque. Divisó al individuo que todavía se movía lentamente entre los árboles y reconoció a Boggs, el caballero y vasallo de su padre. Lo llamó con un grito, abrumada por la alegría y el alivio, pues había creído que él estaba muerto. Él se detuvo, y al verla corrió hacia ella y la encontró a mitad de camino.

—Milady, desesperaba de volver a ver a Darkenwald —dijo él, con lágrimas en los ojos—. ¿Cómo está vuestro padre? Bien, supongo. Fui herido en Stamford Bridge y no pude viajar con el ejército cuando avanzó hacia el sur para enfrentar a Guillermo. —Su rostro se entristeció.— Estos son malos tiempos para Inglaterra. Está perdida.

—Ellos están aquí —murmuró ella—. Erland ha muerto.

El rostro de Boggs se crispó de dolor.

—Oh, milady, es una noticia muy triste.

—Debemos ocultarte.

Él miró alarmado hacia la casa señorial, se llevó la mano al pomo de la espada y sólo ahora comprendió el tremendo significado de las palabras de ella. Vio al enemigo en el patio y donde algunos se habían acercado al lugar donde estaba Mags. Katniss le puso una mano en un brazo, en un gesto apremiante.

—Ve a la casa de Hilda y ocúltate allí. Su marido murió con Erland y su hija fue muerta por ladrones. Ella aceptará de buen grado tu compañía. Vete ahora. Yo te seguiré cuando esté segura de que nadie vigila y llevaré comida.

Él asintió y se alejó rápidamente entre los árboles. Katniss quedó mirándolo hasta que hubo desaparecido de la vista y entonces regresó a la casa. Con ayuda de Hlynn, rápidamente reunió pan, queso y carnes y los ocultó debajo de los pliegues de su manto. En su prisa, pasó junto a Finnick, olvidada de su presencia, pero él estiró una mano y la tomó de la falda, y casi hizo que ella dejara caer la comida.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora