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La blanca y reciente capa que cubría el suelo crepitó fríamente debajo de los pies de Katniss cuando ella se dirigió a la casa señorial desde la cabaña de su madre. Había caído la noche trayendo un frío que mordía las orejas, y errantes copos de nieve se arremolinaban y danzaban en los escasos rayos de luz que cruzaban su camino. Katniss levantó la mirada hacia un cielo completamente negro que parecía extenderse arriba de los tejados y comprimir el mundo en una estrecha tajada contra la tierra medio congelada. Detuvo su andar y dejó que la quietud de la noche calmara su espíritu turbado. Después de pasar un tiempo con su madre, siempre se sentía como si la hubieran privado de sus fuerzas, y menos capaz, por alguna razón, de enfrentar las dudas torturantes que parecían corroer la confianza que había podido reunir, hasta que temía que el día siguiente la viera quebrantada e implorando misericordia.

Con cada día que pasaba, su madre caía más profundamente en los delirios que la llevaban a exigir venganza contra los normandos. Si Mags tenía éxito en sus proyectos, la justicia de Guillermo caería sobre ella rápidamente. Katniss no sabía de ninguna poción que pudiera ayudarla a apagar el odio que retorcía los razonamientos de su madre. Se sentía profundamente frustrada porque a otros podía beneficiarlos, curar sus enfermedades y hacer que sanaran sus heridas, mientras que por su única pariente nada podía hacer. Una helada lluvia de copos de nieve sobre su cara la refrescó. Apuró el paso y se dirigió apresuradamente a la casa. Cuando estuvo más cerca, vio un carro detenido frente a la puerta. Katniss se preguntó distraídamente quiénes serían los desdichados que buscaban refugio en Darkenwald en esta noche tan fría y si Glimmer se compadecería de ellos. El mal humor de esa mujer, que caía rudamente sobre los apetitos terrenales de siervos y soldados, no se detenía sino que, a menudo, llegaba a atormentar por igual a visitantes y a la familia. Glimmer ridiculizaba a su padre y a Haymitch, a espaldas de ellos, porque de tanto en tanto solían regalarse con abundante comida y bebida y porque eran corpulentos. Aunque, en verdad, eran Bolsgar y Haymitch quienes suministraban carnes de caza para la mesa y mantenían al hambre lejos de la puerta de la casa. Hasta el amable y bondadoso fray Dunley era objeto de la malevolencia de la lengua de Glimmer cuando llegaba de visita.

Así preparada para esperar lo peor del carácter iracundo de Glimmer, Katniss abrió la puerta y la cerró tras de sí, antes de mirar al grupo que estaba frente al hogar. Con deliberada lentitud, se quitó su gruesa capa de lana y se acercó al calor del fuego, pero miró primero a Bolsgar para determinar el humor que su rubia hija tenía en ese momento. Cuando Glimmer se mostraba desagradable, Bolsgar se ponía ceñudo y apretaba fuertemente los labios. Pero por el momento, él parecía tranquilo. Katniss se sintió algo aliviada y dirigió su atención a las tres personas adultas y a los niños, pobremente vestidos, que se acurrucaban cerca del fuego acogedor.

El menor de los niños abrió la boca, admirado, cuando los brillantes rizos caoba cayeron alrededor de los hombros de ella. Su mirada hizo que Katniss sonriera y los ojos oscuros del muchachito inmediatamente le respondieron con un brillo de inmediata amistad. Sin embargo, no fue amistad lo que encontró cuando miró a la menor de las dos mujeres. En realidad, la otra pareció observarla con gran recelo y se mantuvo un poco alejada del grupo, como para vigilar cada uno de sus movimientos. A Katniss no se le escapó el parecido entre ella y el muchacho y dedujo que si no eran madre e hijo, seguramente estaban estrechamente emparentados.

El hombre, notó Katniss, estaba pálido y tembloroso y su cara demacrada denotaba un profundo cansancio. Su esposa permanecía silenciosamente a su lado, observando todo lo que sucedía. Katniss percibió allí una sabiduría profunda y una serena fortaleza, y retribuyó la lenta sonrisa que le dirigió la mujer.

Los otros niños eran mayores que el muchachito de ojos oscuros. Había un muchacho quizá de la misma edad de Ham, una muchachita que ya exhibía los primeros rasgos de una floreciente femineidad, y un par de niños entre quienes Katniss no pudo encontrar ninguna diferencia.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora