Katniss despertó lentamente cuando oyó, desde lo que le pareció una gran distancia, que la llamaban por su nombre. Luchó para despabilarse y quitarse de encima el gran peso que le oprimía el pecho. El normando se agitó levemente y rodó hacia un lado, librándola de la repugnante carga de su brazo. En el profundo sopor, la cara de Gale casi se veía inocente, con toda la violencia y el odio ocultos detrás de la máscara del sueño. Pero cuando lo miró, Katniss hizo una mueca de desprecio y lo odió por lo que le había hecho.
Demasiado bien recordó esas manos sobre su cuerpo, ese cuerpo duro presionándola contra las pieles. Sacudió la cabeza y pensó, horrorizada, que ahora debería preocuparse por la posibilidad de que él la hubiera dejado encinta. ¡Oh, que Dios no lo permitiera!
—Katniss —repitió la voz.
Katniss se volvió y vio a su madre de pie junto a la cama, retorciéndose sus manos delgadas con una expresión de miedo y aflicción.
—Debemos darnos prisa —dijo Mags y entregó a su hija un vestido de lana—. No tenemos mucho tiempo. Debemos marchamos ahora, mientras el centinela todavía duerme. Date prisa, hija, te lo ruego.
Katniss percibió el gemido de terror en la voz de su madre, pero ninguna emoción se agitó dentro de su pecho. Estaba atontada, incapaz de ningún sentimiento.
—Si queremos huir, debemos damos prisa —imploró Mags con desesperación—. Ven, antes que todos despierten. Por una vez, piensa en tu salvación.
Katniss se levantó de la cama, cansada y dolorida, y se puso el vestido pasándolo sobre su cabeza, indiferente a la áspera textura de la tela sin la familiar camisa debajo. Temerosa de despertar al normando, miró con inquietud por encima de su hombro. Pero él dormía profundamente. Oh, pensó ella, qué placenteros deben ser sus sueños para poder descansar tan serenamente. Sin duda, su victoria sobre ella los había endulzado considerablemente.
Katniss dio media vuelta, fue hasta la ventana y abrió los postigos con un movimiento de impaciencia. A la luz cruda y blanca del amanecer, se la vio pálida, demacrada, aparentemente tan frágil y delicada como la bruma de la mañana que se elevaba de los pantanos que veía más allá. Empezó a recogerse el cabello y a desenredárselo con los dedos. Pero el recuerdo de los dedos largos, morenos de Gale enredándose en sus rizos, obligándola a doblegarse a su voluntad, la hizo detenerse abruptamente. Echó hacia atrás la sedosa melena y dejó que cayera, suelta, sobre sus pechos y hasta las caderas. Cruzó la habitación.
—No, madre —dijo con firme determinación—. No huiremos hoy. No mientras nuestros muertos queridos yazcan insepultos, para alimentar a los cuervos y los lobos.
Con paso decidido, Katniss salió de la habitación, dejando que su madre la siguiera con impotente frustración. Abajo pasaron con cautela entre los normandos borrachos, que roncaban despatarrados en el suelo.
Como un espectro silencioso y ondulante, Katniss avanzó precediendo a su madre. Con un empujón de su cuerpo esbelto, abrió completamente la puerta llena de heridas de Darkenwald y se detuvo tambaleante, casi sofocada por el hedor nauseabundo de los muertos. Sintió que la garganta se le contraía y a fuerza de voluntad consiguió contener el vómito. Avanzó tropezando entre las formas grotescas hasta que llegó junto al cadáver de su padre. Ahora él yacía rígido, los hombros apretados contra el suelo fiel, los brazos abiertos, la espada aferrada en el puño crispado y una mueca de desafío en los labios entreabiertos.
Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Katniss mientras ella lo lloraba en silencio. Él había muerto como había vivido, con honor y con su propia sangre vital apagando la sed del suelo que amaba. Ella echaría de menos hasta sus accesos de cólera. ¡Qué miserable situación! ¡Qué desesperación! ¡Qué soledad, la de la muerte!
ESTÁS LEYENDO
El Lobo y La Paloma
RomanceKatniss, hija de un señor feudal de la Inglaterra del siglo XI, ve cómo los invasores normandos matan a su padre y se apoderan de sus tierras. Su belleza sensual la convierte en el tesoro más codiciado del botín de los vencedores y dos caballeros, u...