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Katniss despertó bajo los brillantes rayos de luz que entraban por las rajaduras de los postigos y semidormida palpó la cama con la mano. La almohada a su lado estaba vacía, y cuando ella miró a su alrededor, vio que Peeta se había marchado. Se sentó, soñolienta, y profundamente abatida, apoyó el mentón en una mano y se puso a pensar en los planes para ese día. Todo parecía una horrible pesadilla, pero momentos después, cuando Mags arañó la puerta, recordó que no lo era. La mujer entró y empezó a reunir apresuradamente los vestidos de su hija en un bulto, hasta que Katniss la detuvo.

—No. Sólo llevaré los harapos que me dejó Glimmer. Los otros son de él... —Con un sollozo ahogado, añadió:— Para Haylan, si él lo prefiere.

No le importó que él se los hubiera dado. No hubiera tenido paz llevándoselos consigo, porque cada vez que usara uno, recordaría todo lo sucedido entre ellos y ella no quería más recuerdos penosos que los que ya tenía.

Llamó a Miderd, la hizo jurar que guardaría silencio y le pidió que la ayudase en la apresurada partida. La mujer discutió hasta que vio la determinación de Katniss, y entonces no le quedó más remedio que ayudarla. Sanhurst recibió orden de ensillar una vieja jaca y así lo hizo, sin saber que era para Katniss. Al ver la lastimosa cabalgadura, Mags gritó y después criticó furiosa la elección de Katniss.

—Toma la rucia. Necesitaremos su fuerza para escapar.

Katniss meneó la cabeza y murmuró, firmemente: —No. Esta o ninguna. Ningún buen caballo señalará mi paso por esas regiones.

—El normando te la dio y también te dio las ropas que dejaste. Son tuyas y él no sentirá su falta.

—Yo no quiero sus regalos —dijo Katniss, empecinada.

La elección de comida hizo que Mags dudara de la cordura de su hija, pero no pudo hacer otra cosa que lamentarse.

—Moriremos de hambre. Iremos como dos mendigas con esta jaca vieja y no podremos sobrevivir con tan escaso alimento.

—Encontraremos más —le aseguró Katniss, y se alejó para evitar más discusiones.

Cuando se perdieron de vista, Miderd se volvió lentamente y entró en la casa, enjugándose una lágrima que caía por su mejilla.

***

Se acercaba la noche y Miderd no podía sacudirse la tristeza que embargaba su corazón. Observaba a Haylan, quien estaba probando un medio venado que se asaba para la comida de la noche. Sabía que Haylan aceptaría alegremente la noticia y se sorprendió del continuado flirteo de la viuda, porque ella misma veía a Peeta como un hombre de honor y advertía las señales de su auténtico interés por Katniss.

Miderd se apartó disgustada cuando recordó la noche anterior.

—¿Por qué tratas de tentar a lord Peeta? —preguntó, fastidiada por la conducta de su cuñada— . ¿Seguirás haciendo la buscona si lady Katniss es la señora de la casa?

—Hay muy pocas probabilidades de que Katniss se convierta en señora aquí —replicó Haylan—. Peeta admite que detesta a las mujeres.

Miderd giró en redondo.

—¿Un hombre odia a la mujer que lleva en su vientre un hijo de él?

Haylan se encogió de hombros.

—Eso no es amor. Es lascivia.

—¿Y tu le darás a él lascivia hasta que estés redonda como ella? —preguntó Miderd con incredulidad—. Anoche danzaste delante de él como Salomé delante de ese rey. ¿Pedirías la cabeza de Katniss para quedar satisfecha?

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora