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Los primeros rayos del sol, al caer sobre los árboles escarchados, los hacían centellear como si estuvieran salpicados de piedras preciosas. En el corral, las palomas zureaban y esponjaban sus plumas.

Gale dio un rápido golpe en la puerta de la cámara del lord, la abrió de un empujón y se encontró con la pareja que dormía. Con el instinto de un guerrero ante el peligro, Peeta rodó a un costado y aferró la espada que estaba en el suelo de piedra. Antes que la puerta hubiera dejado de moverse, él ya estaba de pie, listo para enfrentar al enemigo. Pese a que hacía apenas un instante se hallaba durmiendo pacíficamente al lado de una muchacha, ahora se lo veía completamente despierto, alerta, y muy capaz de enfrentar a cualquier atacante que amenazara la seguridad de los ocupantes de esa habitación.

—Oh, eres tú —gruñó Peeta, y volvió a sentarse en la cama.

Katniss despertó mucho más lentamente, se incorporó a medias y miró a Peeta, confundida y soñolienta, pero no vio a Gale que estaba de pie junto a la puerta, en la penumbra de la habitación. La pequeña piel que ella aferraba en sus manos, revelaba más que cubría sus pechos, y fue hacia allí que Gale dirigió su mirada. Peeta lo advirtió y levantó su espada hacia el caballero intruso.

—Tenemos un visitante madrugador, querida —dijo él, y observó con calma mientras ella, sorprendida, se apresuraba a cubrirse y clavaba la vista en Gale.

—¿Por qué vienes a mi habitación a esta hora, Gale? —preguntó Peeta, mientras se levantaba para envainar su espada.

Gale se llevó una mano al pecho y se inclinó con expresión burlona ante el cuerpo espectacular del hombre desnudo.

—Perdona, milord. Sólo quería, antes de marcharme de Darkenwald saber si tú deseabas algo más de mí antes que me ponga en camino Quizá quieres que le lleve un mensaje al duque.

—No, no deseo nada —replicó Peeta.

Gale asintió con la cabeza y se volvió para marcharse, pero se detuvo, se volvió y los miró nuevamente. En sus labios se dibujó lentamente una sonrisa.

—Deberéis tener cuidado en el bosque de noche. Hay lobos. Anoche, hace unas horas, los oí muy cerca.

Peeta lo miró inquisitivamente y se preguntó quién podría haber entretenido esta vez al galante caballero.

—En la forma en que haces tus rondas nocturnas, Gale, es evidente que pronto proveerás nuevamente de numerosos habitantes a Darkenwald.

Gale rió por lo bajo.

—Y quien primero parirá será mi bella dama Katniss —dijo.

Antes de que sintiera la ira que habían provocado sus palabras un pequeño vaso le rozó la oreja y fue a estrellarse contra la puerta detrás de él. Gale miró a Katniss, arrodillada en medio de la cama, con los puños fuertemente cerrados y sosteniendo una piel alrededor de su cuerpo. Se frotó la oreja y sonrió, admirado de la belleza de ella que la cólera sólo conseguía acentuar.

—Mi paloma, estoy abrumado por tu carácter apasionado. ¿Tanto te atormenta que anoche yo haya hecho el amor? Te aseguro que nada hice para despertar tus celos.

—¡Aaahhh! —gritó Katniss, y miró a su alrededor, buscando otro objeto para arrojarle.

Como no encontró nada, saltó de la cama. Fue hasta donde Peeta estaba observándola divertido y tomó su espada, pero le resultó demasiado pesada para levantarla.

—¡¿Por qué te quedas ahí, riéndote de las pullas de él?! —le preguntó a Peeta, y golpeó furiosa el suelo con el pie—. Oblígalo a que muestre un poco de respeto por tu autoridad.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora