Peeta recorrió nuevamente las colmas con su mirada y fue como si oyera voces en el fondo de su mente. Inclinó la cabeza para escuchar mejor, y las palabras surgieron claramente. ¡Gale! ¡Katniss! ¡Rye! ¡Darkenwald! Los nombres salieron juntos y él supo súbitamente dónde se encontraba Gale.
El caballo resopló sorprendido cuando él sacudió las riendas haciéndolo dar la vuelta. Le gritó a Bolsgar.
—Quédate aquí y ocúpate de que estos hombres sean sepultados. Lucharon valientemente. Milbourne, quédate con él y retén a diez aquí para cavar. El resto de quienes puedan cabalgar, venid conmigo.
Haymitch, Gowain y quince o más jinetes, algunos de ellos heridos, montaron. Todos estaban ansiosos. Cabalgaron deprisa, sin dar descanso a sus monturas, hasta que entraron en el patio y detuvieron sus caballos frente a la casa. Peeta notó rápidamente que de la torre no había salido ningún grito para anunciar su arribo, y que Katniss no estaba esperándolo. Rechazó sus peores temores, saltó de su silla y le entregó las riendas a Haymitch. Entró corriendo a la casa y la escena que encontró estuvo lejos de lo que él esperaba.
A Peeta se le heló la sangre cuando vio los daños. El salón principal estaba en completo desorden y el vigía yacía muerto en la puerta de la torre. Beaufonte estaba tendido en un charco de sangre, mirando al techo con sus ojos que no veían. Sentado en una silla, donde Haylan le atendía cuidadosamente una herida que le corría por el costado de la cabeza hasta el mentón, estaba Finnick. Todavía empuñaba en la mano el puño quebrado de una espada antigua. Un desconocido yacía cerca de la cima de la escalera con la otra parte de la espada clavada en la barriga. Miderd se retorcía las manos y Mags gemía, agazapada, en un rincón oscuro.
—¡Fue Glimmer! —medio gritó Haylan—. Esa perra, Glimmer, les abrió la puerta. Y ahora se ha marchado con ellos. —Un sollozo de ira la estremeció.— Se llevaron a lady Katniss y a Rye. Peeta se mostró calmo, hasta tranquilo. Pero su piel se puso pálida y sus ojos adquirieron un tono de azul pálido y frío. Hasta Mags, acurrucada junto a la cuna vacía, vio la muerte en esa mirada.
Haylan siguió hablando, medio gritando y medio sollozando.
—Se llevaron al niño y yo les oí decir que lo matarían si ella les causaba algún problema.
La voz de Peeta sonó suave, casi amable cuando habló.
—¿Quién, Haylan? ¿Quién fue el que habló?
Ella lo miró un momento sorprendida y después respondió.
—El que vino con el rey. Gale. Estaba con otro caballero y con cuatro soldados. Beaufonte mató a uno antes que lo mataran y el otro fue muerto por la espada de Finnick. Los demás se llevaron a lady Katniss y al niño y huyeron.
Haylan se volvió y aplicó cuidadosamente un paño limpio sobre la herida de Finnick. Mientras tanto, Mags se mecía sobre los talones, gemía y se mesaba los cabellos junto a la cuna. Peeta se acercó a Haylan y miró a su herido administrador.
—¿Finnick?
El joven abrió los ojos y sonrió débilmente.
—Lo intenté, milord, pero ellos eran demasiados. Lo intenté...
—Tranquilízate, Finnick —murmuró Peeta y le apoyó una mano en el hombro—. Has sido castigado dos veces por defender a milady.
Haymitch irrumpió blandiendo su hacha y con una mueca feroz en la cara.
—Mataron al muchacho del establo. Un muchachito desarmado. Le rebanaron la garganta. Sus ojos se agrandaron cuando vio a Beaufonte, murmuró un juramento y se sintió estremecido de furia.
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El Lobo y La Paloma
RomansaKatniss, hija de un señor feudal de la Inglaterra del siglo XI, ve cómo los invasores normandos matan a su padre y se apoderan de sus tierras. Su belleza sensual la convierte en el tesoro más codiciado del botín de los vencedores y dos caballeros, u...