La mañana era fría y húmeda, con un viento fuerte que lanzaba la lluvia sobre las colinas y a través de cualquier grieta que tuviera la casa señorial. Pequeñas corrientes de brisa helada se colaban por debajo de las puertas exteriores, trayendo gotas de agua y agitando el aire helado del interior del salón. Katniss se arropó más profundamente en su chal de lana y con dedos entumecidos de frío cortó un pequeño trozo de pan para masticar, mientras iba hacia el hogar, frente al cual estaban Bolsgar y Haymitch. El fuego, recién avivado, apenas empezaba a calentar la estancia, y ella se sentó en un pequeño escabel junto al sillón de Bolsgar. En los días siguientes a la partida de Peeta, había aumentado su afecto por el anciano caballero, porque él le recordaba mucho a su padre. Él era como un cojín que amortiguaba la grosería de Glimmer y hacía la vida más tolerable cuando esa mujer estaba cerca. Él era amable y comprensivo, todo lo contrario de su hija.
A menudo Katniss buscaba su consejo sobre cuestiones concernientes a la casa o los siervos, y sabía que la sabiduría de las recomendaciones de él venía de la experiencia adquirida a través de los años. Haymitch también solía pedirle su opinión, y con mucha frecuencia se demoraba en la compañía de Bolsgar para saborear un cuerno de ale y evocar los días en que Peeta todavía era considerado un verdadero hijo. Cuando los hombres se entregaban a esos recuerdos, Katniss se sentaba con ellos y escuchaba en silencio, con gran atención, mientras hablaban del muchacho con afecto y elogiaban sus hazañas. Hablaban con orgullo suficiente para que cualquiera que los escuchara se preguntase si alguno de los dos no había tenido algo que ver con el nacimiento del niño.
En estas ocasiones, Haymitch relataba historias de sus aventuras con Peeta y de su vida como mercenarios. Bolsgar escuchaba con evidente ansiedad. A edad temprana, Peeta dejó la casa de Sward y él y Haymitch empezaron a ganarse la vida vendiendo sus servicios como soldados. Su reputación creció hasta que sus servicios obtuvieron altos precios y estuvieron en constante demanda. Fue en esta época que el duque oyó hablar de la destreza de Peeta con la espada y la lanza y llamó a los dos a Francia para que se le unieran. La amistad entre el caballero y el noble empezó en el primer momento de su encuentro, cuando Peeta declaró sin alharaca que él era bastardo y que ofrecía su alianza solamente por dinero. Conquistado por la sinceridad del otro, Guillermo lo indujo a que unieran sus fuerzas y le jurara fidelidad. Lo hizo rápidamente, porque el duque era un hombre persuasivo y Peeta encontró en Guillermo alguien a quien podía respetar. Ahora, a los treinta y tres años, Peeta llevaba varios años con el duque y su lealtad estaba bien afirmada y probada.
Katniss miró ahora al nórdico y al anciano caballero que estaban sentados juntos, y supo que si Glimmer hubiese estado presente, hubiera sido reprendida severamente por perder el tiempo. Mientras mordisqueaba su trozo de pan, Katniss pensó en la hermana de Peeta. Qué distinta era de su padre o su hermano. Peeta apenas había desaparecido detrás de la colina y Glimmer empezó a comportarse como señora de la casa. Trataba a los siervos como a seres inferiores, despreciables, destinados solamente a servirla. Continuamente los interrumpía en sus labores para ordenarles que hicieran cualquier tarea menor. A la mujer parecía enfurecerla que los campesinos acudieran a Katniss o a Haymitch para pedirles aprobación antes de hacer lo que ella les ordenaba. También se había hecho cargo de la despensa, y administraba parsimoniosamente los alimentos, como si ella hubiera pagado cada grano de trigo. Medía la carne en porciones y protestaba en voz alta cuando alguien dejaba algo junto al hueso. No tenía en cuenta a los pobres siervos que venían y aguardaban hambrientos los restos que les arrojaban desde la mesa. Para Bolsgar y Haymitch se convirtió en una costumbre engañarla y arrojar grandes porciones de carne a los infelices campesinos. Cuando Glimmer lo advertía, lo tomaba muy a pecho y los regañaba largamente por sus costumbres dispendiosas.
La serenidad de la mañana fue súbitamente quebrada cuando un grito penetrante interrumpió el silencio de la casa. Katniss se puso de pie sobresaltada, mientras su madre bajaba corriendo la escalera, agitando los brazos como una enloquecida, y llamando a todos los demonios del infierno para que vinieran a llevarse a esta hija de Satán. Katniss miró atónita a Mags, temiendo que su madre hubiera cruzado los límites de la cordura. Glimmer apareció en el tope de la escalera, y con una sonrisa relamida en los labios, los miró desde arriba, mientras Mags se ocultaba detrás de las faldas de su hija. Katniss enfrentó a Glimmer, quien descendió lentamente la escalera y vino hacia ellos.
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El Lobo y La Paloma
RomantizmKatniss, hija de un señor feudal de la Inglaterra del siglo XI, ve cómo los invasores normandos matan a su padre y se apoderan de sus tierras. Su belleza sensual la convierte en el tesoro más codiciado del botín de los vencedores y dos caballeros, u...