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El primer día de enero de 1067 amaneció lentamente en los cielos de Londres. La niebla baja se aclaró un poco, y después la oscuridad disminuyó hasta convertirse en un gris ahumado y plomizo El aire estaba frío, y cuando soplaba la brisa lo hacía cargada de una humedad que mojaba la piel. Antes de desayunar, Peeta vistió su armadura completa y salió a cabalgar con su montura en un prado cercano a la casa Allí ejercitó al caballo de guerra sobre la tierra helada y renovó una antigua relación con el animal, acostumbrado a llevar sobre su lomo el gran peso del caballero armado. El sol estaba alto y las brumas matinales habían desaparecido hacía rato cuando Peeta quedo satisfecho y devolvió el caballo a los establos. Allí le dio de comer y lo frotó pero el animal parecía presentir el inminente combate y piafaba y se encabritaba, impaciente por terminar con el trabajo de ese día.

Peeta subió al salón y se sirvió un desayuno de la olla que humeaba sobre el fuego. Terminó la comida, fue junto al hogar y allí se sentó, con los pies apoyados en un taburete bajo. Permaneció pensando en la batalla que le esperaba hasta que notó que la luz había disminuido extrañamente alrededor de él. Levantó la vista y vio que Gowain, Milbourne y Beaufonte se habían acercado y estaban aguardando que él les prestara atención.

Gowain fue el primero en hablar y subió al hogar elevado, cerca de los pies de Peeta.

—Milord, pon atención. A menudo he observado a Gale en la batalla. Parece que al cargar, tiene una tendencia a inclinarse...

Peeta levantó una mano para interrumpirlo.

Milbourne se inclinó hacia adelante.

—Peeta, escúchame. Es muy importante que sepas que él lleva su escudo en alto y un poco a través de su cuerpo, debilitando así su defensa. Si entonces se le lanzara un golpe, lo haría caer de costado y te permitiría...

—No, no, buenos compañeros —dijo Peeta, y rió—. Escucho vuestras voces y en otro caso les prestaría atención, pero sólo hay una cosa que yo necesito saber, que él es más un cobarde que un caballero y que yo no tendré en el campo a nadie que guarde mis espaldas. Os agradezco vuestro interés, pero en ésta, como en cualquier otra batalla, lo que yo haga en el momento será más importante que lo que planee aquí. Ya se acerca la hora. Os veré allí para que me alentéis y me tendáis una mano si caigo. Gowain, ¿quieres ser mi segundo?

Con el ansioso asentimiento del joven, Peeta se levantó y subió la escalera hacia el enorme, vacío dormitorio. Cerró la puerta, se detuvo y pensó en el resplandor que parecía llenar la habitación cuando Katniss estaba presente. Soltó un juramento cuando otra vez reconoció las señales de desaliento que últimamente lo acometían. La inminente batalla exigiría de todas sus facultades mentales para salir victorioso. No podía estar permanentemente entregado a esos pensamientos acerca de esa hermosa joven, como hacía Gowain. Debía mantenerse firme en su decisión de la noche anterior. Se dijo que no era tanto por Katniss como por Darkenwald que lucharía, pero en lo más hondo de su ser supo que había otras tierras que conquistar, mientras que Katniss era única, y él todavía no se había cansado de ella.

Se desnudó, se lavó y vistió las ropas con que se dirigiría hasta su tienda, en el campo de honor. Dejó su cota de mallas y su escudo sobre la cama. Sanhurst había trabajado largamente para pulirlos y dejarlos resplandecientes, pero Peeta arrugó la frente cuando vio su yelmo y lo puso con su armadura. Todavía podía sentir con el dedo la huella de una abolladura en la parte posterior. Se preguntó por su contrincante y por los extremos hasta los cuales sería capaz de llegar para conseguir a Katniss. La emboscada en Kevonshire casi le había costado la vida y si era eso lo que buscaba Gale, el combate de hoy no lo apaciguaría si perdía. Él siempre había recelado de ese caballero y nunca había confiado plenamente en él. Ahora tenía sobrados motivos para desconfiar, mientras Gale siguiera con vida.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora