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Peeta se irguió sobre su silla de montar y sus ojos penetrantes corrieron lentamente la campiña. Ráfagas violentas, heladas, apretaban con más fuerza la capa de lana alrededor de su cuerpo musculoso y sus mejillas le ardían por el frío cortante. El cielo, encapotado, no daba color a los pardos y grises invernales de los bosques y campos. Detrás de él, los caballeros Gowain, Melbourne y Beaufonte aguardaban con los otros bajo sus órdenes, dieciséis hombres de armas, siempre listos con sus largos arcos, lanzas y cortas espadas. Bajo la protección de los árboles, el carro cubierto en que llegaran Glimmer y Bolsgar subía lentamente la cuesta, cargado con alimentos para los hombres y granos para añadir al forraje obtenido a lo largo de la ruta. Bowein, un sajón anciano pero vigoroso que había regresado del servicio de Haroldo para encontrar su hogar y sus campos arrasados, había aceptado de buen grado el ofrecimiento de una nueva casa a cambio de su alianza y ahora insultaba a los caballos en un lenguaje pintoresco, que era extraño pero no totalmente desconocido para muchos de los normandos que cabalgaban a su lado. La perspicacia de Peeta lo había llevado a organizar un grupo fuerte, pero móvil. Había estudiado largamente las costumbres de un ejército y decidido hacer montar a todos sus hombres, mientras que la mayoría de los caballeros y nobles preferían cabalgar solamente ellos, al tiempo que los soldados armados con arcos, espadas livianas y lanzas actuaban como infantería del ejército. El no creyó conveniente que sus hombres anduvieran a pie sobre el rocoso suelo de Inglaterra. A quienes iban con él los proveyó de caballos y ellos lo acompañaban de ese modo y se apeaban y actuaban como soldados de infantería cuando empezaban las batallas.

Durante las semanas que Peeta permaneció en Darkenwald, Guillermo tuvo que aguardar que regresara el grueso de sus hombres. Durante aproximadamente un mes no pudieron marchar debido a una enfermedad desconocida en sus ejércitos, la cual, en este caso, no perdonó ni al mismo Guillermo. Los hombres debieron permanecer en un campamento, cerca de una profunda trinchera. Como el grupo de Peeta no había contraído esa enfermedad, él debió encargarse de hacer un amplio reconocimiento para ver que ningún ejército sajón se reuniera en el sur o el oeste. Generalmente, le tocó cabalgar lejos del cuerpo principal del ejército para asegurar las aldeas, pueblos y localidades más pequeñas que pudieran unirse contra los normandos. Lo hizo muy bien y a los suyos les fue mejor manteniéndose lejos del grueso de los hombres; su comida era de mejor calidad y sus caballos podían pacer en praderas más suculentas.

Ahora su posición estaba bien al oeste de Londres, en las colinas boscosas, cerca del punto de donde debería regresar. La mayor parte del tiempo habían viajado sin ser vistos y haciendo sentir lo menos posible su presencia. Todo parecía tranquilo a su alrededor, pero mientras Peeta continuaba observando el terreno, un grupo de tres caballeros apareció cabalgando entre las colinas.

Peeta se volvió e indicó a Milbourne y Gowain que se acercaran y ordenó a los otros hombres que aguardaran, pero que tuvieran a mano sus arcos y espadas, porque ignoraba qué fuerza podría estar oculta en el grupo de árboles.

Con los dos caballeros mencionados, bajó la colina hacia el valle, hacia donde estaban los otros tres. Un grito atrajo la atención y cuando se volvieron y vieron al grupo de Peeta, los tres desconocidos blandieron sus lanzas y mostraron sus escudos, los cuales los sindicaban como ingleses y, por lo tanto, enemigos de Guillermo. Los tres se prepararon para el enfrentamiento.

Cuando Peeta estuvo lo bastante cerca para que sus hombres empezaran a preocuparse, se detuvo y aguardó un momento, a fin de darles tiempo para que vieran sus escudos y blasones.

—Yo soy Peeta Mellark, de los hombres de Guillermo —dijo con voz autoritaria—. Por vuestros colores, veo que sois hombres de Rockwell. Debo ordenaros que os rindáis, porque nosotros estamos contra él y él no ha prestado juramento de lealtad a Guillermo.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora