—¡Qué mujer más terca, testaruda, cabezona! —murmuró Peeta mientras cruzaba irritado el patio en dirección a los establos—. Quiere que me case con ella y que declare al mundo que es mi lady. Yo no soy hombre de dejarme llevar por una argolla atravesada en mi nariz. Tendrá que resignarse.
Encontró un poco de heno fresco y limpio junto a su caballo y lo pisoteó hasta que se preparó una cama adecuada para él. El ruido hizo que los animales se agitaran y provocó gruñidos de protesta de sus hombres. Un arquero irritado lanzó un juramento y él se tendió sobre la paja, al lado de su caballo, se tapó con su capa y trató en vano de descansar, como tanto lo necesitaba.
***
Al día siguiente cabalgó duramente para cansar su mente y su cuerpo, en la esperanza de que podría esa noche conseguir el ansiado sueño, pero cuando el amanecer pintó el horizonte con suaves tonos de magenta, él seguía agitándose y revolviéndose continuamente sobre su cama de paja. Había evitado la casa desde que se marchara la otra noche, pero de tanto en tanto pudo ver a Katniss que se dirigía a la cabaña de su madre o a hacer alguna otra tarea. En esas ocasiones se detenía y la observaba, admirando el suave meneo de las faldas y el brillo de su cabellera cobriza que resplandecía a la luz del sol. Ella le dirigió miradas furtivas, pero generalmente se mantuvo fuera de su alcance.
Sus hombres lo observaban intrigados, intercambiaban entre ellos miradas desconcertadas y se rascaban las cabezas ante la cama de paja de él. Se cuidaban de hacer ruido si un súbito juramento o los movimientos de él los despertaban durante la noche, y se acurrucaban en sus propios jergones, con la esperanza de que él lograse conciliar pronto el sueño.
A la tercera mañana, él se levantó y desayunó en la casa, echando miradas a la escalera hasta que Katniss finalmente bajó. Por un momento, ella pareció sorprendida pero rápidamente recobró su compostura y fue a ayudar a Ham a servir la comida. Con una bandeja, fue sirviendo a los hombres y por fin llegó frente a él y. sin decir palabra, le ofreció codornices. Él escogió un ave bien gorda y después la miró.
—Llena mi copa —ordenó.
Katniss obedeció, se estiró delante de él le rozó el hombro con un pecho y retiró el jarro. Volvió un momento después con el recipiente lleno de leche y lo puso ante él.
Peeta arrugó la frente.
—¿Así lo habías encontrado? Ponlo donde estaba antes, esclava.
—Como gustes, milord —murmuró ella.
Nuevamente se estiró delante de él y le rozó un hombro con un pecho. Puso el jarro donde había estado.
—¿Así te satisface, milord? —preguntó ella.
—Sí —repuso él y dirigió su atención a la comida.
Glimmer pareció muy contenta con esta novedad y esa noche comió al lado de Peeta, ocupando el asiento de Katniss. Se mostró un poquito más amable con su hermano y trató de trabar conversación con él, pero sólo recibió gruñidos ininteligibles y miradas silenciosas. El parecía dirigir casi toda su atención a Katniss, quien trabajaba con Ham y Finnick para servirles la comida a él y sus hombres. Ella luchaba con las grandes fuentes y Finnick a menudo acudía en su ayuda cuando parecía que estaba por dejar caer su pesada carga. La solicitud del joven sajón fastidiaba a Peeta y sus miradas pensativas seguían a los dos por todo el salón. Peeta apretó su mano en torno de su copa cuando vio que en un momento Katniss reía con su antiguo prometido.
—¿Ves cómo ella juega con él? —murmuró Glimmer al oído de su hermano—. ¿Es digna de tu preocupación? Mira a Haylan, en cambio. —Su mano flaca señaló a la joven viuda, quien miraba a Peeta con ojos soñadores.— Parece que ella tiene más amor que ofrecer. ¿Aún no la has probado en la cama? Podría resultar una medicina eficaz.

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El Lobo y La Paloma
Lãng mạnKatniss, hija de un señor feudal de la Inglaterra del siglo XI, ve cómo los invasores normandos matan a su padre y se apoderan de sus tierras. Su belleza sensual la convierte en el tesoro más codiciado del botín de los vencedores y dos caballeros, u...