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Peeta despertó con las primeras luces de la mañana y se quedó quieto para no despertar a su esposa, quien dormía pacíficamente contra él, con la cabeza descansando sobre su hombro. Sus pensamientos eran claros y nítidos a esta hora temprana, y sabía que nunca antes había experimentado un placer tan rico y completo. Todavía estaba lleno de asombro por la entrega de ella. Había conocido a damas de la corte que respondían como si estuvieran haciéndole un favor, aguardando pasivamente que las excitaran. Había conocido a las mujeres vulgares de la calle, que fingían pasión con gestos predecibles y se mostraban ansiosas sólo cuando ello significaba más dinero. Pero aquí había una que recibía sus avances y lo ayudaba con una ansiedad equiparable a la suya y que encendía la pasión de ambos hasta alturas cegadoras, devoradoras, en que un brillante relámpago de éxtasis se desplomaba sobre sí mismo y dejaba los humeantes cimientos listos para una nueva experiencia.

Ahora ella yacía junto a él, con una pierna descuidadamente atravesada sobre las de él, acariciándole el pecho con su suave respiración. Era difícil creer que esta criatura suave y frágil que tenía a su lado era la mujer atrevida y ardiente de la noche anterior.

Otro suceso de la noche anterior cruzó por su mente y su frente se arrugó en profundas reflexiones. Mags era un elemento al que no podía manejar, pero si Katniss había dicho la verdad, podría dejar el asunto en sus manos. Bien consciente de la fuerza de voluntad de ella, podía él tener la seguridad de que ella sabría manejar a su madre. Y si había mentido... mentalmente tomó nota de ser más precavido en el futuro.

Katniss se movió y se arropó más apretadamente con las pieles alrededor de un hombro. Él sonrió para sí ante sus pensamientos y otra vez se apoyó en ella. Pensó en las palabras pronunciadas ayer y en su efecto en ella. En términos simples, él había asumido completa responsabilidad por el bienestar y la seguridad de ella, y Katniss, según parecía, se había comprometido a honrarlo y obedecerlo como esposa. Casi rió por lo bajo de la idea, y en su inocencia no empezó a comprender lo que significaría ser el amo de esta mujer.

Katniss suspiró y se acurrucó contra él, enseguida abrió los ojos, y por encima del ancho pecho de Peeta, miró hacia el hogar apagado. Levantó la vista y lo encontró a él, que estaba observándola silenciosamente, y entonces se estiró sobre ese pecho para besarlo en los labios.

—Dejamos apagar el fuego —suspiró ella.

Peeta sonrió con una chispa en los ojos.

—¿Lo avivamos?

Katniss rió alegremente y saltó desnuda de la cama.

—Yo hablaba del fuego del hogar, amor mío.

Peeta se levantó de un salto y la atrapó cuando ella daba la vuelta alrededor de los pies de la cama. La atrajo hacia él, se sentó sobre las pieles, la acarició con la boca en el cuello y le rodeó la cintura con los brazos.

—Ah, mujer, qué hechizo has lanzado sobre mí. Apenas puedo pensar en mis obligaciones cuando estás cerca.

Katniss le echó los brazos al cuello. Sus ojos brillaron.

—¿Te gusto, milord?

—Oh...oh... —suspiró él—. Me haces temblar con sólo tocarme con tus dedos.

Ella rió alegremente y lo mordió en el lóbulo de la oreja.

—Entonces —dijo Katniss—, debo admitir que a mí me sucede lo mismo.

Sus labios se encontraron y fue un buen rato después que bajaron la escalera para desayunar. Aunque cuando aparecieron ya era algo tarde, solamente Miderd y Hlynn estaban en el salón. El lugar había sido cuidadosamente limpiado y habían esparcido juncos nuevos mezclados con hierbas húmedas para eliminar el olor que solía quedar adherido al suelo después de una noche de ruidosas celebraciones. Un sabroso potaje, con puerco y huevos, se calentaba en el fuego, y cuando ellos se sentaron, Miderd se acercó con tazones con comida que les puso delante, mientras Hlynn les traía jarros de leche fresca.

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora