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La llegada de normandos a caballo fue anunciada desde la parte más alta de la torre de Darkenwald mientras moría el último canto del gallo. Katniss se apresuró a vestirse, esperando que por fin llegara un mensajero de Peeta. Sus esperanzas se desvanecieron rápidamente cuando bajó la escalera y encontró a Gale Hawthorne calentándose frente al fuego. Seneca y otros dos normandos estaban con él, pero a una palabra de Gale se apresuraron a salir del salón. Gale se había quitado la gruesa capa de roja lana y la pesada cota de mallas y ahora vestía una blanda túnica de cuero y calzas de lana, pero tenía su espadón ceñido a su cintura. Se volvió para mirar a Katniss y una lenta sonrisa se dibujó en sus labios.

Ella tuvo súbitamente conciencia de su cabellera suelta, de la cual se había olvidado en su prisa, y de sus pies desnudos, que ahora estaban helándose sobre las frías piedras de la escalera, y se acercó al hogar, atraída por el reconfortante calor que combatía al frío que reinaba en la estancia. Los perros tiraron de sus traíllas y ladraron. Ella se acercó más, y antes de mirar a Gale, soltó a todos los animales y los llevó fuera del salón.

Finalmente tomó asiento cerca del fuego y enfrentó al normando, muy consciente del hecho de que estaban solos en el salón. Haymitch y Bolsgar habían salido a cazar y Glimmer aún no se había levantado. Hasta los siervos habían encontrado tareas más urgentes en otras partes, pues recordaban demasiado bien a sus amigos y familiares masacrados por este normando.

Katniss habló suavemente.

—¿No hay guerras donde combatir, sir Gale, o es por eso que habéis regresado? Supongo que este lugar es un refugio más seguro que el campamento de Guillermo. ¿Debo pensar que el duque se ha recuperado de la enfermedad que lo aquejaba?

Los ojos oscuros de Gale la miraron atrevidamente y se detuvieron en los pequeños, esbeltos pies descalzos, casi ocultos por el borde del vestido. El sonrió, se arrodilló ante ella, tomó en sus manos uno de los piececillos helados y empezó a masajearlo suavemente. Katniss trató de apartar su pie, pero él estaba firmemente decidido a prestarle ese servicio.

—Tu lengua es muy aguda, amorosa paloma. ¿Peeta te ha hecho odiar a todos los hombres?

—Aaahh, bribón cobarde —replicó ella—. ¿Qué sabéis de los hombres?

Los dedos de él le rodearon el tobillo y apretaron un poco. Katniss recordó el dolor que había sufrido en sus manos.

—Es evidente, milady, que tú nada sabes de ellos. Elegir al bastardo en vez de a mí, fue una locura que pocas damiselas cometerían.

Ella apartó la mano de él con un puntapié, incapaz de seguir soportando su contacto un momento más, y se levantó de un salto.

—Aún no he visto que haya sido una locura, sir Gale. Y creo que nunca pensaré así. Peeta es lord de esta casa y yo soy suya. Parece que elegí correctamente, ¿porque qué tenéis vos aparte del caballo que te lleva lejos de las batallas?

El se levantó en toda su altura y estiró un brazo para pasar los dedos entre los cabellos brillantes de ella.

—Quisiera poder quedarme y demostrarte cómo estás de equivocada, Katniss. —Se encogió de hombros y se apartó un paso.— Pero he venido sólo por unas pocas horas, para descansar. Voy en camino hacia el barco de Guillermo, con cartas destinadas a nuestro país.

—Debe de ser algo muy urgente para que os demoréis aquí —dijo Katniss, sarcásticamente.

—Es lo bastante urgente para que tenga que darme prisa cuando esté sobre mi caballo, pero yo quería ver nuevamente esta hermosa casa. —Le sonrió.— Y a ti también, mi paloma.

—Y ahora ya me habéis visto. ¿Estoy reteniéndoos? ¿Quizá queréis algo de comida para el camino? ¿Qué puedo hacer para acelerar vuestra partida?

El Lobo y La PalomaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora