44. Constantemente en el cielo con diamantes

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KYLE


En cuanto llegué a mi casa, fui directo a mi habitación. Olivia estaba en el piano, componiendo, pero paró en cuanto me vio entrar.

—¿Estás bien?

—Déjame que me duche —respondí—. Huelo a muerto.

Su cara fue todo un poema. No pude evitar reírme. Eso la desconcertó más todavía, al igual que cuando saqué una botella de Jack Daniel's y le di un buen trago.

—La favorita de mi padre —le conté—. En su honor. Púdrete en el infierno, Arthur Donovan.

Me lavé los dientes, me quité la ropa, fui hasta la ducha y froté hasta que el olor desapareció por completo de mis fosas nasales. El problema era que, cada vez que cerraba los ojos, lo veía. Y era una putada. Porque estaba agotado. Pero bueno, mantenerse despierto era mi especialidad. Salí de la ducha y con la toalla sobre la cintura, fui a por Liv. Ella seguía en el piano y dio un respingo cuando deslicé mis manos por debajo de su camiseta y envolví sus tetas.

—Estás... helado —jadeó.

—Ven a la cama. Yo te hago entrar en calor.

Le quité la camiseta y la sudadera. Luego los pantalones y la ropa interior y, una vez la tuve desnuda, la llevé hasta mi cama.

—Voy a coger una hipotermia —se quejó—. Podrías haberte secado el cuerpo al menos antes de...

Gimió cuando introduje un dedo dentro de ella. Estaba mojada, la toqué para que dilatara, me estiré, cogí un condón y me lo puse.

—Hoy necesito sentirte. No quiero preliminares, solo quiero dejar de sentirme vacío y sentirte a ti —le susurré antes de hundirme dentro de ella.

Olivia cerró los ojos. Sus brazos envolvieron mi cuello y sus piernas envolvieron mi cintura, atrayéndome más hacia ella. Nos besamos, nos mordimos, nos acariciamos y encajamos como solo nosotros sabíamos hacerlo. Nuestras lenguas se entrelazaron, al igual que nuestras piernas. Perdí la cuenta de las vueltas que dimos en la cama. Olivia llegó al orgasmo entre mis brazos, aferrándose a mi piel, besándome. Y yo me corrí dentro de ella sintiendo que, por fin, había vuelto a casa.

Fue después, abrazados en mi cama, desnudos y con las mantas hasta el cuello, que lo intenté.

—Liv, te... —La miré a los ojos, pero las palabras se me atascaron en la garganta, ardiéndome—. Te aprecio.

Ella sonrió y acarició mi cara, cubierta por una corta barba rubia oscura. Me dio un beso.

—Yo también te aprecio, Kyle Donovan.

Sonreí con frustración.

—Perdóname —le susurré—. Te juro que solo quería hacerte feliz. Y pensé que podía hacerlo. Pero esto fue un error desde el principio y ahora... Ahora ya no puedo renunciar a ti porque estaría renunciando a una parte de mí mismo.

Fue en ese momento en el que sus ojos se deslizaron hasta mi pecho y se quedó completamente quieta al ver en mi clavícula izquierda, con su propia letra, tatuada una frase: «mi única musa».

—Es mi... letra —dijo sorprendida.

—Es una parte de una de nuestras canciones. Te pedí que la pasaras a limpio, ¿lo recuerdas?

Ella asintió con la cabeza, casi procesándolo todavía.

—Hay uno que te gustará más. De hecho, no sé en qué estaba pensando para hacérmelo. O bueno, puede que sí. En ti —dije besándola en los labios.

Seven Days ✔️ [Seven Days #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora