7. Llevas puesta mi camiseta

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KYLE


En cuanto terminamos de grabar nuestras últimas tomas, nos despedimos de los miembros del equipo, les dimos las gracias y fuimos hasta el camerino para cambiarnos de ropa y prepararnos para la sesión de fotos. A mitad de camino, Cole se quitó la camiseta, provocando que a una de las trabajadoras estuviese a punto de caérsele al suelo la bandeja con la que llevaba unos cuantos cafés.

Dallas logró cogerla al vuelo y le dedicó a la chica una sonrisa tranquilizadora cuando se la devolvió.

—Ha estado cerca, ¿eh? —bromeó.

Ella agachó la cabeza, masculló un «gracias» apenas audible y desapareció del pasillo lo más rápido que pudo. Cole se rio por lo bajo.

—Podrían haberla despedido por eso, capullo. —James lo miró con poca paciencia.

—Nadie la ha visto, grandullón. No te estreses tanto —contestó Cole bastante divertido.

Mi mejor amigo hizo el intento de abrir la puerta del camerino. Sin embargo, antes de que lo consiguiera, Dallas lo cogió de la muñeca, deteniéndolo. Cole lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa ahora, pelirro...?

—Calla y escucha. —Dallas le pegó la cabeza contra la puerta.

—Tío, ¿qué coño haces? —Segundos después, Cole abrió mucho los ojos y miró a Dallas—. ¿Quién hay dentro?

Me acerqué yo también a la puerta y, entonces, lo escuché. Había una chica cantando White rabbit, la canción más icónica de Jefferson Airplane.

—¿Podéis dejar de hacer los imbéciles? —James nos miró con aburrimiento.

Antes de que Cole pudiera terminar de decirle a mi hermano que se callara, la puerta del camerino se abrió de golpe, provocando que entrásemos los tres atropelladamente. Dallas fue el único que logró estabilizarse a tiempo. Cole, por su parte, me hizo la zancadilla y provocó que los dos nos pegáramos la hostia del siglo. Ambos acabamos de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo. Apreté la mandíbula. Unas piernas delgadas y enfundadas en unas medias de rejilla hicieron que el cabreo que tenía desapareciera al instante. Despacio, subí la cabeza, encontrándome con una minifalda vaquera negra y, por último, mi camiseta favorita de Guns N' Roses, que se suponía que Yana había mandado a la tintorería para después devolvérmela. Abrí la boca, dispuesto a mandar a la mierda a la tía que se había atrevido a coger mi ropa, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta cuando vi que se trataba de Olivia. White rabbit seguía sonando a través de un altavoz de un móvil que descansaba en el sofá que había junto a la pared del fondo.

Por primera vez, me di cuenta de que la letra de una canción, que ni siquiera me gustaba especialmente, encajaba de maravilla con el momento en el que me encontraba. Delante de mí tenía a mi propio conejo blanco. Una chica cualquiera, una chica a la que, con total seguridad, no volvería a ver después de aquel día, pero una chica a la que no podría quitarme de la cabeza después de haber estado a punto de besarla.

Recordé el cuento que me leía mi madre cuando era pequeño, y recordé que nunca comprendí por qué Alicia perseguía al conejo cuando sabía más que de sobra que eso la iba a meter en problemas. Sin embargo, en aquel instante, a punto de cumplir los veintidós, me di cuenta de que lo hizo porque había ocasiones en las que, sencillamente, era imposible evitarlo. Había momentos en los que tuvieras diez años o cuarenta te morías por perseguir a ese conejo blanco. Y yo, sin duda, era igual de estúpido que Alicia porque no tenía intención de detenerme hasta que lograra atraparlo.

Seven Days ✔️ [Seven Days #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora