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Min Yoongi se revolvía entre las sábanas mientras dormía plácidamente, ese era uno de sus tantos "talentos especiales", de los cuales solía presumir a diestra y siniestra; mientras conseguía su cuarta posición perfecta para descansar un molesto tintineo le sacó de entresueños. Era la alarma. Un despertador programado para sonar cada cinco minutos, porque él, definitivamente, amaba dormir.

Se arrastró por la cama y con unos caídos por el sueño, ojitos de gato, miró la hora:

"7:30"

― ¡Mierda! ― Gritó casi instintivamente, no solo por la hora, sino por las aproximadamente 40 notificaciones de un solo chat, un contacto en específico que se preocupaba de él.

Y justo en ese momento, como si leyera su mente, mientras se cambiaba el pijama por el uniforme de trabajo el mismo contacto llamó ahora por décima vez; aunque esta vez, sí fue atendido.

― Te voy a matar.

― Buenos día para ti también, amor mío

― Min Yoongi, si me vuelves a decir así, mi novio te pateará el trasero por mí. ― Ah, Kim Namjoon, siempre tan dulce. Un rayo de sol.

― ¿Ni siquiera podrías hacerlo tú mismo?, que cobarde.

― Solo ven rápido antes de que el jefe crea que tienes diarrea crónica. ―¿Cuántas veces habían tenido que usar esa excusa de estar en el baño para los retrasos del menor?

― Voy en camino. ― Mentira, se había quedado sentado en la entrada de casa contemplando el escalón en el que descansaban sus zapatos de salir.

― Si llegas tarde, DE NUEVO, no te cubriré más.

Una persona amenazante, pero de corazón grande, Yoongi no se preocupaba de sus amenazas, ya que nunca las cumplía.

Veinte minutos después, se encontraba firmando su llegada a las ocho en punto en el tablero del supermercado donde trabajaba. Sudado, con dolor de talones por haber corrido y el cabello desordenado en su frente, pegado por la humedad, pero justo a tiempo.

Una rutina muy sana, a decir verdad.

Y como cada miércoles, después de que Namjoon lo regañara por su irresponsabilidad, se sentaba en la caja registradora a atender clientes muy mañaneros.

¿Acaso los productos no están ahí hasta la tarde?, por qué hacían compras tan enormes y justo iban a la caja en la que estaba el pelinegro con cara de muerto que sudaba como si hubiera corrido un maratón.

Especialmente aquellas señoras que le miraban atentamente cada vez que pasaba un producto hacia la computadora de la caja, como si él fuera a cobrar dos veces su avena de dieta. "No, señora, eso ya es suficientemente caro, y usted lleva como si reabasteciera un búnker", eso pensaba mientras iba leyendo los códigos de barras ante las miradas de estas.

Escuchó el sonido de un plástico arrugándose, lo que instantáneamente le sacó de sus pensamientos y le hizo mirar hacia al frente, se encontró con una rosa roja a la altura de su pecho. Cuando entró en razón, su mirada se topó con unos ojos casi de doble párpado y una boca con forma de corazón que, a pesar de su demora para que sus neuronas hicieran conexión, seguía sonriente.

Al fin tomó la flor, rozando por unos segundos sus dedos con los contrarios, finalmente registrándola con el lector.

Aquello también era parte de sus miércoles. Sin falta, a las nueve de la mañana, aquel chico de ojos de bambi y boca de corazón, siempre compraba una rosa. Nada más. Solo una rosa. Se había vuelto una rutina para él. No sabía desde cuándo, pero siempre estaba ahí, sin falta. Incluso había ideado un calendario mental, por mera falta de ocupación, para tachar aquel día en el que "el ojos de bambi" (como secretamente lo había apodado) había faltado; y hasta ahora no tenía una sola marca.

Al recibir el dinero, inclinó su cabeza a manera de agradecimiento.

― Gracias por su compra, vuelva pronto.

Iba a girar su silla cuando una voz grave le frenó.

― No tienes que hacer eso ― Señaló el ojos de bambi.

― ¿...Hacer qué?

― Una reverencia. ― Era la primera vez que un cliente le hablaba tanto, en Corea, no era muy común.

― Probablemente eres mayor que yo ― Habló antes de que Yoongi contestara.

Winter RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora