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Jung Hoseok, 20 años, estudiante de veterinaria en la Universidad pública de Daegu, amante fiel de los perros, la medicina, y secretamente del baile. Un joven de ojos negros, bien abiertos sin doble parpado. También, dueño de una sonrisa en forma de corazón que le sumaba un infinito a su atractivo, tenía el cabello rojo-anaranjado, claramente tinturado.

El mejor de su clase, y no solo por teoría, sino por práctica y su amor infinito hacia los animales. Estudiaba para ser cirujano, con el propósito de ayudar por completo a los compañeros de vida de quien se presentase ante él.

Pero, no podía tener esa reputación a partir de su bella sonrisa, debía estudiar muy duro, podía pasar noches enteras leyendo acerca de la anatomía canina (ya que era su especialidad).

(También de cómo funcionaban las cirugías menos invasivas, un estudio especial de su parte, con el fin de evitar riesgos y alternativas, en sus palabras "medievales")

Y así era justamente esta noche, en vista de que no veía clases hasta muy tarde los miércoles, debía reforzar materias los jueves y viernes después de las prácticas en el hospital, algo pesado para un chico de solo veinte años.

Aquella noche, mantenía su cabeza sobre el escritorio, un bolígrafo en mano estando más bien concentrado en ver la punta de este que otra cosa. No podía más, el cansancio y el hambre le matarían más rápido que esa tarea.

Había estado horas leyendo libros e investigando en su computadora. Daba vueltas por la solitaria casa a oscuras, trataba de recuperar su concentración mirando al techo desde el piso de la sala y jugaba con el diminuto cachorro que era su única compañía. También subía y bajaba las escaleras mirando las radiografías con la linterna de su teléfono, casi resbalando en el último escalón por la pequeña bola de pelo blanca que le seguía entre sus pies. 

― Bien, es suficiente, tengo hambre...    

Se levantó pesadamente de su silla, usando sus últimas fuerzas para salir en busca de algo de comer, esta vez no le importaría si era sano o no. Los últimos minutos había estado releyendo los mismos tres párrafos de un archivo que había recibido hace unas horas.

Caminó por unos minutos por la calle que empezaba a helarse con el pasar de las estaciones. Un letrero de luces blancas iluminó su cansado rostro; no tardó más de un minuto en entrar y tomar lo primero que encontrase para comer junto con su bebida favorita de toda la vida.

Notó que tras la única caja abierta, estaba el chico dueño de los ojos gatunos que en más de una ocasión, y aún ahora, le causaban tanta curiosidad. Tal vez ya era hora de hablarle.

Usó el reflejo de los cristales de la entrada para arreglar un poco su cabello y estirar sus ojeras con los dedos como si eso fuera a quitarlas.

Dejó los productos sobre la registradora. Y aunque Hoseok era el chico más sociable de este mundo, en ese momento, aquellos ojos de gato, también con ojeras prominentes, le congelaron.

Winter RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora