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Al salir de la casa, me alejo lo más rápido posible. No puedo creer que me haya atrevido a llegar a tanto, ¡YO! Usando su debilidad para algo tan patético como ganar una apuesta. El enojo acumulado en mi cuerpo me sorpresa y es por esa razón que estoy tropezando cada siete pasos hasta llegar al viejo árbol donde me gustaba pasar la tarde con el abuelo Joseph, si él me viera ahora estaría muy decepcionado.

- ¡¿POR QUÉ NO TE ARROJAS POR LA COLINA?! ¡IDIOTA! –

Sé que dar puñetazos al árbol como lo estoy haciendo ahora no es correcto y por supuesto es algo que la abuela desaprobaría, pero no encuentro otra manera de castigarme que lastimando lo que más me es útil, y no, no en un sentido pervertido, sí no en el trabajo, en mi vida y en aquella noche lejana que ahora me atormenta más. Cambio los puños por las palmas de mis manos, las cuales fricciono en la corteza de tal manera que comienza a desprenderse mi piel dando paso al escurrir de mi sangre.

- ¿Cómo fuiste capaz de tocarla a pesar de su mirada? — Digo entre dientes, usando más fuerza — ¡ESTÚPIDA! –

No sé cuánto tiempo hago esto y sólo me detengo cuando ya no tengo fuerzas. El asco que me siento junto al enojo no se disipan en lo absoluto y dudo que lo hagan, así que me quedó sentada bajo la sombra del árbol mirando el amplio paisaje verde que ahora no me parece tan hermoso a la vista como años atrás. Tendré un recuerdo como este siempre que venga aquí, mis memorias me atormentarán más de lo que ya lo hacen y es tan merecido sufrir.

Los ojos de Lena no se veían así de apagados desde aquella noche, y nuevamente es por mi culpa, aunque ahora en primer grado, soy la culpable directa. Y no entiendo, ¿Por qué lo hice? ¿Qué demonios pasó por mi mente? Ni siquiera yo lo sé, es como si alguien me hubiera poseído para cometer semejante acto asqueroso y vil. Esto no es algo que pueda arreglar con una disculpa, realmente, esto no se puede arreglar.

Cierro los ojos mientras golpeo mi cabeza contra el tronco y puedo sentir mi piel abrirse en cada golpe. Raspo mis uñas en el suelo seco sintiendo la tierra acumularse en mis uñas cortas hasta que arden al igual que la parte trasera de mi cabeza. Unas gotas cálidas escurren por mi cuello y sé lo que es. Mi quijada tiembla por la ira y cuando abro los ojos el cielo parece oscurecerse, pero no es así, he de suponer que golpear así tu cabeza no es bueno y ahora debo estar mareada. No me importa, nada de mí me importa ahora.

-Deja de hacer eso — Me detengo y a pesar de mi vista borrosa, la logro distinguir.

- ¿Por qué? — Pregunto con una mueca forzada que pretender ser una sonrisa.

-El Doctor está a 30km de aquí, ¿No lo dijiste? –

-Descuida, no necesito un Doctor — Miro al frente de nuevo.

-La sangre indica todo lo contrario — Al sentirla junto a mí me muevo rápidamente para esquivarla, por lo que termino cayendo y sólo puedo reír — Kara, por favor-

-Vuelve a la casa, creo que compramos pollo y comienzo a tener hambre — Ahora veo borrosa la copa del árbol — ¿O no te sientes capaz de cocinar esta vez? — Mi lengua parece no servir en cuanto me escucho hablar.

-Ven aquí — Me toma de la mano y yo niego sin poder hablar ya — Debí traer una soga para arrastrarte — Esto me hace reír y ella me levanta usando toda su fuerza — Tienes razón, debería ejercitar mis músculos-

Cuando me doy cuenta ya me encuentro en el sofá de cuero, miro la hora en el reloj de la pared marcando el medio día e intento levantarme, pero una mano me lo impide o a decir verdad un dedo, el dedo que Lena coloca en mi frente para volverme al cojín bajo mi cabeza. Es cuando me percato que está sentada a mi lado leyendo Orgullo y Prejuicio, un libro que el abuelo leía en secreto.

¿Quién soy...? Sin TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora