PRÓLOGO

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Cuenta una leyenda oriental que todo ser en este planeta nace con un hilo rojo invisible atado a la persona de la que acabará perdidamente enamorado. En esa leyenda cuentan que ese hilo podrá contraerse, estirarse y enredarse, pero por ninguna circunstancia ese hilo rojo se romperá.
Tengo que admitir que eso siempre me asustó de alguna forma. No por miedo a encontrar a una persona de la que enamorarme y llegar a anciana junto a él para más tarde contarle nuestra apasionada historia a nuestros nietos, sino más bien, miedo a..¿Y si no llegaba a encontrarlo jamás? ¿Iba a poder vivir con normalidad sin sentir ese amor que te hace perder los sentidos?
Sin tan solo mi madre no se hubiera pasado los calurosos días de verano contándome infinitas leyendas e historias que nada envidiarían a Romeo y Julieta, ahora no tendría que darle tantas vueltas en mi cabeza a ese tema.
Con el paso de los años y tras la muerte de mi madre enterré esos pensamientos y me resigné a vivir junto a una pareja estable olvidándome por un segundo de aquel dichoso hilo que de pequeña deseaba con todas mis fuerzas llegar a encontrar, aunque de vez en cuando revoloteaba por mi mente la vaga idea de que el chico que besaba cuando venía a recogerme a mi casa en su Mercedes no era ese hilo rojo del que tanto me habló mi madre.
Aún así me había olvidado de aquellas noches en las que después de que mi madre apagara la luz de mi cuarto tras pensar que yo me había quedado dormida, miraba al techo iluminado por cientos de pegatinas en forma de estrella mientras fantaseaba hasta altas horas de la madrugada con que un apuesto chico se chocara conmigo haciendo que todos mis cuadernos de apuntes acabaran en el suelo, para entonces agacharnos a la vez y por cosas del destino nuestras manos se rozasen para así al levantar la vista y tras mirarnos comprender que habíamos encontrado el otro extremo del hilo.
Pero, ¿Y como reconocerlo? ¿Sería tan fácil como una simple mirada? ¿Acaso lo llevaban escrito en la frente?
Era evidente que iba a seguir con la duda porque tenía la certeza de que mi verdadero amor aún no había llegado a mi vida.
Iba a seguirme atormentando la idea de que a lo mejor ya me había cruzado con él de compras, cruzando la acera o tomándome algo en cualquier cafetería decente de Londres junto a Megan y Linda, y que justo en el momento en el que había cerrado los ojos para estornudar o simplemente para soltar una sonora carcajada mi hilo rojo había pasado delante sin que yo pudiera si quiera verlo.
Y eso pensaba...
Hasta que aquella noche de verano mi vida cambió por completo.

LA FINA LÍNEA QUE NOS SEPARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora