1. GREEN WHISKERS

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—Louis... —musitó Miriam confundida al verlo trazar unas formas sobre el papel con gran habilidad—. ¿Qué es eso? —preguntó curiosa e insegura ante lo que estaba dibujando.

Se sentó a su lado sobre un banco que estaba junto al restirador en la recámara del hombre de veintiséis años.

Louis Gould miró a la preciosa trigueña de ojos claros y rostro ovalado un instante, con simpatía, antes de descubrirle el resto del cuerpo de la imagen que había quedado bajo su brazo izquierdo cuando se apoyó en la mesa de trabajo.

—Es una propuesta para un programa de televisión infantil. Es un gato.

Miriam frunció el ceño, se cruzó de brazos apoyándolos sobre la mesa y miró la extraña figura nuevamente, ya en su totalidad.

—¿Un gato? —repitió dudosa observando solamente un óvalo.

—Sí, pero está recostado y aún no le pongo las orejas... ni la cara y no quiero que se parezca a ningún otro —señaló tornándose levemente pensativo lo que evidenciaba que aún no tenía idea de cómo finalizarlo o qué podría hacerlo distinto.

—Pero, casi todos los programas de niños tienen perros o gatos u osos y lo único que cambia es la raza.

Louis hizo un gesto sutil con los labios, aceptando que tenía razón, luego echó un vistazo a su obra sin terminar. Enseguida, extendió la mano para estirar los dedos y descansar un poco antes de volver a ponerse a pensar en lo que le faltaba.

Miriam vió su rostro contraído. En esos momentos que la ignoraba, por concentrarse en su brillante labor, aprovechaba para admirar su enorme atractivo físico. Tenía el cabello castaño oscuro, la piel bronceada por su afición a surfear en las blancas playas de Hawaii y su cuerpo perfectamente esculpido, lleno de músculos.

Se sacudió los pensamientos cuando de repente Louis tomó un plumón para trazar los bigotes del animal.

—¿Bigotes verdes? —inquirió Miriam descruzando los brazos. Lo miró como si estuviera loco—. Eso es original —agregó, no muy segura, solo para darle ánimo.

Louis la miró con un brillo en los ojos.

—¿Lo crees?

Miriam sonrió y se acercó más para tener una mejor perspectiva. Su brazo rozó el del dibujante.

—¡Qué gracioso! Un gato extraterrestre —dijo y se empezó a reír.

Louis soltó el plumón con enfado, el cual fué a caer al piso.

—¡Por supuesto que no es bueno! ¡Ya lo arruiné! —exclamó alejándose de ella con el enfado dibujado en su rostro cuadrado. Se rascó la frente con ansiedad y resopló enfadado

—Claro que no, éso lo hace diferente —respondió la chica de dieciocho años, bajándose del banquillo, provocando que su minifalda de mezclilla subiera un poco más, lo cual no pasó desapercibido para Louis y menos cuando tuvo que agacharse a tomar el plumón que había tirado.

Miriam le quitó el plumón de la mano y se volvió hacia el restirador. Observó al gato pensativa, incluso se mordió el labio inferior, después sonrió y se inclinó un poco para dibujarle las típicas y puntiagudas escamas de un reptil en el lomo.

Louis la observó desde atrás, allí estaba la causa de su falta de concentración. Miriam era sin duda era una chica muy hermosa, pero tenía pocos años y él ya era un hombre. Se alejó para recuperarse de la tentación.

Tragó aire buscando distraerse de sus encantos. Regresó a la mesa de trabajo que estaba iluminada solamente por una lámpara.

—¿Qué haces? —preguntó viéndola colorear las escamas con descuido, de manera casi infantil.

—Me acordé de un juego de Paolo —mencionó a su hermano menor—. Se ve lindo el gatito con lomo de cocodrilo —le sonrió mirándolo por un lado. Louis se acercó y como ella, apoyó los brazos en el mueble—. Los niños aman muchisimo los reptiles y los dinosaurios.

La chica volvió a sentarse en el banco y de nuevo subió su falda para distracción suya. El hombre contuvo el aliento. Su cuerpo se tensaba lugares menos adecuados cuando estaban a solas en su habitación con esa penumbra todo invitaba a una sola cosa. Pero debía luchar contra esas sensaciones. No debía olvidar que se trataba de una chiquilla, una adolescente.

Después de unos minutos quedó terminado el gato dinosaurio.

—Con que un gatosaurio... —susurró el dibujante.

—¿Cómo le pondrías tú en tu idioma? —inquirió recordando que ella hablaba español y Louis inglés—. ¿Green whiskers?

Louis se rió bajito.

—¿Te he dicho que hablas horrible el inglés? —musitó con esa voz seductora y ronca que le aflojaba las piernas.

Miriam sonrió, ocultando sus deseos por él. 

—Y tú hablas peor el español —respondió recordando que tenía cinco años en San Diego, después de haber vivido trece en una ciudad fronteriza de México.

Louis miró la idea terminada y le agradó la cantidad de situaciones que empezaron a llegar a su cabeza, ideas en las que podría desarrollar el personaje.

El padre de Louis era un reconocido periodista en Los Angeles, trabajaba en una importante televisora donde Louis también lo hacía, conduciendo un programa de televisión sabatino.

Por sus atributos físicos le habían ofrecido trabajo como actor, pero no era lo que deseaba. Louis quería producir y dirigir algo creado por él mismo.

Miriam lo vió trazar los últimos detalles del gato, los ojos y nariz, enseguida lo coloreó hasta dejarlo terminado. Era un boceto que después pasaría a su dispositivo electrónico.

Realmente era guapo pensó la jovencita. Tenía un cuerpo atlético, medía un metro ochenta de estatura. Lo caracterizaba ésa perfectamente pulida barba de tres días; su cabello era castaño oscuro y contra el bronceado de su dura piel, los ojos azules lucían aún más intensos. Amaba sus cejas espesas que le daban un aire en extremo varonil, los labios carnosos y rosados que tenía eran un sueño que jamás podría acariciar con los suyos.

Su padre Tim Gould, era el típico hombre estadounidense blanco y de cabello rubio y Olga Lazcano, su madre, era una hermosa mujer colombiana que llenaba de vida el hogar de ésa familia.

Louis era el segundo hijo de la familia, el primero se llamaba Adrien, quién era todo un don Juan, al contrario del sereno Louis. Físicamente eran parecidos, solamente los separaban tres años.

Miriam suspiró observándolo y Louis malinterpretó su gesto con aburrimiento.

—Ya es tarde, te llevo a tu casa.

La chica hizo una mueca y apoyó la barbilla en la palma de la mano.

—Nooo —replicó de manera infantil, mirándolo suplicante—, apenas son las ocho.

—¿Apenas? —repitió con ironía y miró su reloj de pulso—. Te has pasado las últimas tres horas viendo lo que hago y  creo que ya estás aburrida porque no hemos hecho otra cosa más que trabajar.

—¡No es cierto! Estuve revoloteando alrededor tuyo, arreglando tu desorden.

—Bostezaste, te oí —insistió dibujando una pequeña sonrisa de lado.

—Por supuesto que no.

—¿Ah no? —murmuró juguetón, elevando una ceja, erizando la virgen intimidad de la chica, que disfrazó sus emociones con una sonrisa, como siempre—. Entonces, ¿qué fué lo que oí? ¿Un suspiro? —inquirió sentándose de frente a ella, rozando con sus muslos las desnudas rodillas de Miriam.

Su contacto cálido por fin disparó el cúmulo de hormonas que la jovencita había controlado con dificultad en los últimos meses.

Sintió la mirada de Louis fija en sus muslos y supo que si se acercaba un poco más no lo rechazaría.

Perdió el aliento al sentirlo rozar su rodilla con la punta de los dedos y subir lentamente.

Entreabrió los labios para tomar aire y Louis dejó la suavidad de sus muslos para elevar una mano hasta su pequeño rostro y acariciarle la mejilla con los nudillos, con delicadeza. Con la otra mano rodeó su cintura y la jaló hacia su vientre, desbocando el deseo de la chica.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora