69. UNA MUJER LIBRE

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—De acuerdo, me lo merezco. Supongo que tendremos que asistir a esas terapias para sanar lo que vivimos juntos —dijo como si no hubieran mencionado la palabra divorcio—. Consigue tú un terapeuta y avísame el día y la hora para ir.

Miriam se sintió ignorada. Sabía que su esposo estaba acostumbrado a mandar y cada día descubría en él partes de su carácter de las que cuando vivieron juntos no se percató. Hizo un mohín de inconformidad y ladeó la cabeza, solo que en lugar de mostrar disgusto le sonrió con desgano.

—Tal vez en eso sí pueda complacerte, mas no buscaré terapia de pareja porque no me interesa regresar contigo.

Louis la recorrió con la mirada, era evidente que la nueva Miriam se estaba dando su importancia... le parecía tan ardiente verla en esa postura.

—No puedo creer que estés embarazada otra vez —le recordó que a pesar de sentirse más fuerte e independiente, llevaba en su interior una prueba de que alguna vez fueron una sola carne.

La chica percibió cierto brillo en sus ojos. ¡Qué tipo más arrogante!, pensó y se mordió la esquina inferior del labio. Tenía todo a su favor para ser un maldito controlador y aun así seguir deseando que la sometiera a sus ganas. Sintió la vibración del deseo entre los muslos y sabía que estaba mojada, pero debía mantenerse lejos de esa cintura que la hacía dudar de su poderío y autocontrol.

—Vete de aquí antes de que te eche —amenazó poniendo una mano sobre el duro pecho masculino. Se daba cuenta tambien de que antes estuvo tan muerta en vida que no tenia cabeza para pensar en lo terriblemente seductor que podia ser ese hombre que lanzaba insinuaciones directas a su sensualidad reprimida.

—No lo haré, no hasta que te vea metida en la cama —replicó tomando la muñeca de su mano para subirla hasta su cuello.

—Ya me viste metida en la cama del hospital, así que tu deseo se cumplió —apartó la mano y le dió un toquecito en la nariz con la punta del dedo, lo cual lo hizo sonreír pues la vio en más de una ocasión hacer lo mismo con Alexander—. Ahora márchate.

—Preferiría quedarme para cuidarte —si ella era fuerte, él era perseverante, se dijo Louis.

—Te recuerdo que tienes un empleo que amas más que a nada —trajo al presente una realidad que también le causó mucho dolor en los meses de matrimonio pero que hasta ahora relacionaba como parte de las cosas que calló y jamás se atrevió a pedir que cambiaran, pues con una autoestima tan atrofiada, cualquier atención pequeña era para Miriam un premio por ser tan buena esposa: una mujer que callaba, disponible, aunque no le proveyera placer a ninguno, una esposa buena que solo vivía para atender un hogar que nunca sintió como suyo y del que no tuvo control alguno tampoco.

—No más que a ti y a nuestros hijos —juró Louis viendo que su semblante se oscurecía y se llenaba de pensamientos negativos que él mismo ayudó a ser más fuertes con su comportamiento indiferente.

—Deja de decir la palabra nuestros hijos —insistió en ya no querer volver a ser la mujer que se rendía fácilmente a sus dulces palabras—. Que este bebé que estoy esperando no lo siento como tuyo.

—¿Estás confirmando que es mío? —insistió el productor en negarse a volver a desconfiar de ella o de cualquier insinuación que hiciera llevada por la amargura que sentía por lo que habían pasado como pareja.

Sabía que era una nueva estrategia de Miriam para escapar por primera vez de lo que en su inconsciente consideraba estar en peligro, tal vez no físico pero sí emocional; como cuando su madre vivía, que lograba evadirse en el trabajo o en su mismo hermano. Louis sabía que lo amaba y estaba dispuesto a poner de su parte para mejorar la situación, aunque era más que obvio que su esposa no quería regresar a su lado. Sin embargo, eso no significaba que tuvieran que mantenerse distanciados.

Miriam lo miró cansada del juego de palabras.

—Ya vete Louis, me estresa tu presencia —dijo fingiendo enfado.

—¿Te están traicionando las hormonas? —la miró mojarse los labios al estar demasiado cerca de él como para mostrarse agresiva o agredida.

La joven meneó la cabeza poniendo los ojos en blanco.Dignidad Miriam, se dijo deseando lo contrario.

—No voy a responder esa pregunta ¿y sabes qué? Ya me cansé —se pegó a él a riesgo de caer en la tentación y lo tomó de un brazo para encaminarlo a la salida con la mayor firmeza que pudiera demostrar.

—Aquí está la puerta —le dijo al hombre de traje—, ábrela y lárgate.

Louis siguió mirándola con paciencia. Contuvo una nueva alegata y puso la mano en la perilla para abrir un poco. Se detuvo, y sin soltarla volvió a mirar a esa mujer que se había cruzado de brazos.

—Te amo y te voy a esperar —dijo tornándose serio.

Miriam sintió un fuerte llamado a su corazón y apenas pudo pasar saliva.

—Deja de ser tan manipulador —respondió a sus debilitantes palabras con un empujón fuera del departamento. De inmediato cerró la puerta y se recargó en ella—. Dios mío, está tan loco.

Louis metió las manos en las bolsas del pantalón y caminó por ese pasillo desgastado y viejo. Detestaba la idea de que su esposa estuviera viviendo en un lugar así, cuando podía tener cuánto deseara a su lado.

Se detuvo un instante, dándose cuenta de inmediato, que precisamente Miriam deseaba cosas muy diferentes a lo que él suponía. Se reprochó no haberlo pensado antes de esa forma. Reanudó su camino y sintió temor de que hubiera perdido su última oportunidad de vivir al lado de la mujer que amaba desde antes de saber que así era.

La perdió cuando ella le confesó la primera vez lo que sentía y él dejándose, llevar por el miedo a lo que dirían, quienes lo rodeaban o gente del medio, dejó de verla al moverse a otra ciudad y sólo estar en contacto de vez en cuando, no el suficiente tiempo para que supiera que había cambiado de pensar.

Y cuando por fin se armó de valor, ya había sido demasiado tarde, pues Miriam estaba tan sumida en su depresión y sus problemas personales que nadie alrededor era importante, ni siquiera ella misma.

Ni en ese momento se decidió a estar a su lado. Aunque estuviera lejos y se lamentaba no haber continuado la relación, al menos a través de la tecnología. Fué entonces que conoció a Darío y el cabeza hueca ése, consiguió sacarla aunque fuera momentáneamente de su encierro. Al final solo le rompió el corazón y la volvió más desconfiada de las personas a las que amaba, pues Míriam en el fondo temía que también la abandonaran o dejaran de quererla.

Soltó un suspiro. Amaba demasiado a esa mujer y haría cuánto fuera para recuperarla y gran parte de amarla implicaba que tenía que limpiar su nombre.

Condujo de inmediato hacia la casa de sus padres, pero a medio camino recordó lo que el ginecólogo sugirió.

Se regresó sin dudarlo y fué directamente a la oficina del director del hospital para contarle lo sucedido. Fué un tanto vergonzoso entrar en detalles, pero al final consiguió la orden donde se le permitía buscar las evidencias que necesitaba.

Regresó entonces a casa de sus padres y para cuándo llegó se encontró con la expresión seria en ellos.

—Salió algo muy importante que tienes que ver —señaló su padre llevándolo de inmediato con el encargado de seguridad.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora