2. CANSADO

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Cuando sus bocas se encontraron, la razón la abandonó y los fuertes brazos masculinos la elevaron acomodando sus muslos alrededor de su cintura. Miriam se afianzó con las piernas en su cintura para que la llevara a la cama y le enseñara por primera vez lo que era el amor.

—Miriam —escuchó que decía su nombre.

La chica se humedeció los labios sintiendo su piel vibrar.

Louis tuvo que jalar un poco la manga de su blusa para obligarla a poner los pies sobre la tierra.

Miriam no se dió cuenta de lo que estaba pasando en la vida real.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —cuestionó aún perdida en su fantasía.

—Te dormiste con los ojos abiertos —comentó divertido.

—¿Yo? —empezó a recuperar la razón—. ¡Ay nooo! —se lamentó llevándose ambas manos a la boca, luego se puso roja por la vergüenza de haber estado fantaseando morbosamente con él y en su cara.

Afortunadamente en la habitación solo estaba la luz de la lámpara sobre la mesa de trabajo, así que se movió rápido para evitar que notara el rubor que la cubría por completo.

Escucho la risita burlona del creativo Louis y se lamentó internamente.

—Anda, te llevo a tu casa —se le acercó para tomarle un brazo y conducirla a la salida de la recámara—, Cat llegara en media hora.

Miriam se pasó una mano por el cabello para alisarlo, ocultando así los nervios que sentía, mas no eran tan molestos como escuchar de sus labios la cruda realidad.

Catherine, la exuberante rubia con la que Louis salía no era solo una aventura, pensó sintiendo un gran dolor, tenían una relación de dos meses.

Se despidió de él agitando la mano desde la puerta de su casa y escuchó a su madre discutir fuertemente con su padre.

En un segundo dejó de pensar y su amor platónico para recordar a Paolo, quién a los trece años se volvía un niño pequeñito y se llenaba de miedo cada vez que los oía discutir. Se preocupaba mucho más pues su hermano padecía una terrible depresión y ataques de pánico.

Entró de puntillas por la puerta trasera y se encaminó con cuidado para no ser descubierta, hasta la habitación del adolescente. Abrió despacio la puerta. La habitación estaba en penumbras.

—Paolo —mencionó su nombre suavemente. No podía verlo en la oscuridad. Un suspiro arrancado del pecho del muchachito la ayudó a localizarlo. Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra pudo verlo en una esquina sentado, en posición casi fetal con los enormes audífonos puestos, seguramente a todo volumen, para escapar de la pesadilla que vivían constantemente.

Apenas la vió, el ansioso adolescente se incorporó con los ojos llorosos y fué a su encuentro.

—Ya no los soporto, Miriam —sollozó con la garganta apretada, echándose en los brazos de su hermana mayor, aunque medían lo mismo.

Miriam lo rodeó amorosamente. Se le destrozaba el corazón cada vez que lo veía sufrir de ésa manera. Sintió un nudo en la garganta y lo estrechó con fuerza. Lo oyó gemir con rabia y dolor. Podía sentir su enojo por la manera en que sus puños se apretaban agarrando la tela de su blusa.

No quería esa vida para su hermanito. Ella era un poco más fuerte y debía tener valor por ambos.

Finalmente las lágrimas corrieron en silencio por sus mejillas, pero las limpió con los dedos de una mano.

Lo apartó para acariciar su rostro y lo miró fijamente.

—No estás solo, mi amor. Me tienes a mí, siempre te voy a cuidar.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora