5. YA NO HAY AMOR

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Cuando regresó la tienda recordó la noche anterior en que su madre trató de agredir a Paolo y ella por defenderlo recibió los golpes con un palo de béisbol en todo el cuerpo, apenas pudo cubrirse la cabeza. Estaba padeciendo el no beber, no había dinero para ello.

Miró a Louis a través del enorme ventanal del negocio. Verlo era muy frustrante y le recordaba la Miriam que ya no era, una chica que tenía esperanza de ser feliz. Comenzó a llorar en silencio, como siempre. Sus mundos eran completamente distintos, tuvo tanta razón al rechazarla. Un hombre como él, atractivo, rico, exitoso no iba a cargar con su mala suerte.

Ésa noche llegó del trabajo a su casa y para variar encontró a Elena tirada en el suelo completamente perdida por el alcohol.

—Mamá, levántate —jadeó por el esfuerzo y al voltearla descubrió que su ropa tenía manchas de sangre.

Palideció. Miró alrededor y encontró una botella rota. Había un hilo de sangre en el suelo que se dirigía a la habitación de su hermano.
El terror la puso en alerta y corrió a buscarlo.

—¿Paolo? —lo llamó ansiosa. Estaba pálida. Escuchó el chorro de agua cayendo en el lavabo del baño—. Paolo, ¿qué pasó? —pregunto al verlo lavándose el rostro y las manos

El adolescente la miró causándole una gran impresión.

Le dieron varias puntadas en la frente y curaron las heridas de sus manos. Paolo lloraba, debió ser traumático para él tener que defenderse de su propia madre cuando le quitó la botella de alcohol. Le contó que logró quitársela, pero la mujer lo agredió con otra botella vacía, rota.

El corazón de Miriam estaba lleno de dolor y de rabia. Debía tomar una decisión definitiva.

Apenas llegaron a su casa, preparó una maleta para sí misma y otra para su hermano, quien a esas alturas vivía medicado por la ansiedad. Esa noche abandonaron a su madre, sin importar si algo le sucedía. Debía protegerlo y esperaba que no fuera demasiado tarde.

Pasó un año lleno de dificultades en otra ciudad, pero lentamente la calma llegó a sus vidas, por primera vez.

Supo que su padre volvió a trabajar con Tim Gould y por ese motivo una vez más volver a tener noticias constantes de Louis.

Se mantenían en contacto con Horacio por teléfono y de vez en cuando lo visitaba, pero prefería no decirle dónde estaban.

—Miriam, tu madre tuvo un accidente —le avisó una noche y la chica temiendo lo peor fué a verla. Tampoco había logrado que su corazón se volviera de piedra.

—¿Está muy mal? —le preguntó llegando al hospital.

—Parece que sí —respondió Horacio.

—Voy a preguntarle al doctor.

Horacio la detuvo.

—Perdóname, hija —musitó conmovido al notar por primera vez su cansancio y lo delgada que estaba.

La chica no dijo nada, se alejó en busca del médico y cuando lo encontró no recibió buenas noticias. Si Elena no resistía la operación a la que se sometería moriría sin remedio.

De nuevo se encontró con Louis, quién parecía muy emocionado de verla. Lo sintió en su abrazo fuerte, el cual duró más de lo habitual.

—Miriam —musitó dulcemente en su oído, de tal modo que la joven presintió que su contacto lleva una intención más profunda.

—Gracias por venir —agradeció tener un momentáneo refugio en medio de tanta angustia. Lo abrazó fuertemente.

—Ése muchacho está enamorado de ti —dijo Horacio cuando se fué, después de invitarlos a desayunar—, es un buen candidato.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora