18. CAMBIO DE CIUDAD

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Horacio permanecería un mes en el hospital para realizarse diversos estudios y en ese lapso Miriam dividiría su vida entre él y su hermano. Tenía muchas esperanzas de que al estar lejos Paolo reaccionaría favorablemente.

El taxi se estaciono frente a la empolvada casa llena de hojas secas. La única forma de vida que había en el patio era una bugambilia fucsia.

—Gracias —le dijo al chofer pagándole.

—Estoy ansioso por entrar —comentó Paolo con entusiasmo y esa sonrisa tan amplia hizo feliz a Miriam que cargaba en brazos a Alexander.

Paolo tomó el par de maletas de ambos y entraron al patio, que ya no tenía candado, y esa fué una señal para Miriam algo inquietante.

—¿Qué pasó? —se preguntó el muchacho de dieciocho años y ondulada melena castaña, más clara que la de su hermana.

Miriam creyó que se desmayaría de la sorpresa cuando pusieron un pie adentro. No había muebles, excepto el de la cocina. Las paredes estaban rayadas y no quiso imaginar cómo estaría la parte de arriba.

—Voy a subir —dijo Paolo adivinando su temor. Dejó las maletas en el umbral y se encaminó a la escalera.

Era un completo desastre concluyeron, agradeciendo al menos haber llegado temprano para ver qué se podía salvar.

—Tal vez si lavara aquí un poco —murmuro él, sin mucha seguridad.

—Todo se ve asqueroso —se quejó la chica arrugando la cara—. Creo que será mejor rentar una habitación, vi un motel cerca del boulevard.

—Sí, vamos —convino mirando al bebé.

Miriam puso Alexander en una pequeña carreola y dejaron parte del equipaje.

—Aunque tal vez yo deba quedarme a limpiar —sugirió Paolo cuando llegaron a la acera.

—Ocupamos productos de limpieza y otras cosas, no podrás hacerlo solo.

—Entonces consigamos eso y yo me quedaré esta noche a limpiar lo más que pueda.

—No te voy a dejar solo, ya te dije.

—Miriam —sonrió—, cuida a Alexander y deja que me encargue de esto. No sea que por limpiar se te pegue algo y luego contagies al bebé. No querrás que Louis me mate, después de que por mi estás aquí, lejos de una vida cómoda.

—Para eso hay guantes y si me ensucio me baño.

—No seas terca.

—Paolo —lo amenazó mirándolo con esos ojos castaños serios.

—Déjame atender solo lo más sucio. Es lo menos que puedo hacer después de que por mi culpa te separaste de Louis.

Las chicas se conmovió por sus palabras.

—No digas eso. El y yo solo nos estamos dando un tiempo.

—Me escogiste en lugar de quedarte con él y no te creas que no me preocupa tu situación. Louis es un buen tipo.

—Sí, lo es.

—¿Miriam? —inquirió de pronto una voz femenina conocida.

Los hermanos se volvieron hacia la señora de sesenta años, pequeña y delgada.

—Señora... —musitó Miriam era Isabel Huerta, la madre de Darío.

—¡No lo puedo creer! —exclamó acercándose—, pero qué sorpresa verlos una vez más. De pronto desaparecieron y hasta pensé que algo les pasó.

—No señora, solo regresamos a Los Angeles.

—Paolo qué grande estás —dijo y el muchacho sonrió con desgano. Sabía quién era y por el simple hecho de ser la madre de Darío no le agradaba además de que siempre le pareció una señora entrometida y chismosa— y este hermoso bebé... ¿no me digas que es tuyo?

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora