46. CULPABLE

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Louis sonrió con pesar y meneó la cabeza.

—Dices que no te acostaste con él, pero no es lo que escuché cuando llegué ése día a tu casa.

—¡Te lo juro que no! —fué a poner las manos sobre su pecho para acariciarlo por encima de la tela.

—Ay Miriam... —suspiró luchando contra sus deseos una vez más, como cuando ella era adolescente.

También recordó aquella vez que ansió  tener el valor suficiente para acabar con esa relación. Si hubiera sido más fuerte, no estarían ambos pasando ambos ese trago amargo.

—Dime qué hago para que me creas —buscó su rostro—, estoy dispuesta a lo que sea, mi amor —agregó melosa, cuando la desesperación le ganó. Tomó el rostro masculino entre sus manos y le besó los labios con amor, ansiedad y deseo.

—Mi amor —repitió deteniéndola—, jamás he sido tu amor.

—Eso no lo sabía ni yo hasta que pasó algo muy importante.

—Vamos Miriam, lo de hace cinco años... tú enamoramiento por mi no cuenta.

—Te amaba desde entonces y tú lo sabes.

—Pero se acabó y te enamoraste de Darío y no solo eso, te entregaste a él.

Miriam se congeló al oír ese reproche que empezaba a cansarla y luego apartó empujándolo. Las emociones encontradas se apoderaron de ella.

—¿También éso me vas a reprochar? Antes no lo hiciste ¿por qué ahora sí? —inquirió con ojos vidriosos—, ¿quieres que sea yo la que dé el primer paso lejos de ti, el definitivo? —. Sintió miedo al decirlo—. Lamento informarte que no puedo, que no tengo valor para alejarme de tu lado.

—¡No lo sé yo tampoco! Tal vez sueño con verte enamorada de mí antes de terminar, como una forma de castigo para sanar un poco mi estropeada autoestima.

Miriam volvió a sus brazos y nuevamente pasó las manos con ansiedad por su pecho descubriendo la piel del hombre.

—Por eso te pregunté qué quieres de mí... —su voz sonó afectada por el deseo.

Louis miró los ojos enrojecidos de su esposa y se conmovió mas no se permitió doblegar el orgullo.

—Quiero toda tu atención, todo tu interés, todo tu tiempo, sin preocupaciones, sin que te niegues a mi necesidad de poseer tu cuerpo —respondió estrechando su figura y frotándose en ella para que percibiera cuánto la deseaba, no como en épocas pasadas.

Se inclinó hacia ella y le tomó la nuca para acercar sus labios y fundirse en un beso ansioso y desesperado.

—Ya lo has hecho —jadeó Miriam sintiendo como estrujaba su espalda— y aún así me sigues echando en cara los errores que cometí —cerró los ojos al percibir sus dedos entre las piernas.

—Quiero más, quiero que seas tú la que me enamore y me conquiste como nunca lo has hecho. Por primera vez o al menos como si fuera nuestra primera vez.

Miriam lo miró sufriendo por el tormento de sus caricias y asintió dócil y sumisa.

—¿Estás seguro de que pondrás de tu parte también para que esto funcione? —susurró muy bajito, llegando a tocarlo tal como él tocaba a ella. Louis mordisqueó sus labios—, porque yo estoy dispuesta a todo.

—Sí, te prometo que lo haré, pero para eso tenemos que irnos a nuestro departamento y vivir solos con nuestro hijo.

El corazón de Miriam saltó de alegría, lleno de esperanzas recibiendo con más fuerza las caricias de sus manos en las partes correctas.

—¿Hablas en serio? —jadeó tratando de ser muy discreta.

—Tanto que te prometo que estando allá me morderé la lengua para no reprocharte nada.

—Pero es que no hay nada que reprochar —volvieron a besarse con desesperación—, el único error que cometí fué dejarte, de ahí en fuera yo no...

—¿Estás segura? —inquirió Louis dolido, dejando que el deseo no llegara a su máximo punto.

Miriam recordó con cierta culpa cómo pensó en Darío durante mucho tiempo. Su silencio no fué agradable para Louis que nuevamente encontró en ella la forma de hacer crecer sus dudas.

—¿Louis?

El hombre la soltó.

—No va a ser fácil Miriam. No es fácil para mí.

Diciendo esas palabras la dejo sola, sola con sus deseos insatisfechos. Gruñó molesta y apretó los puños odiándolo por haberla provocado.

—Olga está muy feliz con la segunda oportunidad que nos vamos a dar —dijo Miriam con una sonrisa insegura mientras bebía un poco de café con Naomi.

—No te veo muy convencida —le hizo notar que parecía medianamente contenta.

—Es que tengo miedo —confesó acariciando la taza.

—¿Por qué? Louis ya está contigo —dijo Naomi con más entusiasmo que ella—. Ahora solo debes preocuparte por sentirte bien tú, quitar esa cara de angustia que siempre traes y permitir que el tiempo le haga ver que lo amas de verdad.

—Sí, pero no me quiero engañar, ni ilusionarme demasiado porque sé que él ahora tiene más dudas que nunca.

—¿Qué motivos reales puede tener para dudar? Siempre has dicho que no le fuiste infiel, entonces no hay razones para actuar como una criminal arrepentida.

—No le fuí infiel físicamente, pero siempre pensaba en Darío, bueno no siempre, pero sí cuando me sentía sola y me cuestionaba si él aún pensaba en mí. Si lo que pasó fué un error, que Darío aún me amaba.

—Miriam éso solo fué un pensamiento, no algo que hayas hecho. Hasta cierto punto fué una fantasía inocente, todos lo hacemos alguna vez.

—¿Tú crees?

—¡Por supuesto! ¿O es que cuando estabas íntimamente con tu esposo también fantaseabas con que era él?

Miriam abrió los ojos de inmediato.

—¡Por supuesto que no! —negó con la cabeza—, eso nunca pasó. Yo... — se puso roja al recordar— no tengo cabeza para nadie más que Louis en ésos momentos.

—Y yo como su secretaria, te puedo decir que el único acto de infidelidad de tu esposo es con su trabajo, es un trabajolico.

—Un adicto al trabajo... como mi mamá al alcohol —musitó Miriam con tristeza.

—Oye, éso no significa que te vaya a cambiar por el trabajo.

—Sí, ya lo hizo una vez.

—Amiga, no te desanimes —extendió una mano para tocar la de ella.

—No creo poder contra eso... amo demasiado a Louis, pero si él ya se llenó de desconfianza por lo que yo siento que es infidelidad de mi parte, y si él no se entrega como yo lo haré en esta oportunidad, lo voy a perder.

—Miriam —sintió pesar por ella al verla tan insegura—. Louis te ama, es solo cuestión de tiempo para que recapacite y haga a un lado su miedo.

—Quiero creerlo, voy a creerlo —sonrió llenándose de ánimo.

—Solo te quiero recomendar algo —señaló Naomi—, no por recuperarlo vayas a perder tu dignidad. Los hombres no respetan a esa clase de mujeres.

Mirian recordó las veces que él se portó hiriente y grosero y ella precisamente así.

—No, eso no va a pasar —se prometió y antes de que buscara cómo secarse las lágrimas, Naomi como buena secretaria le ofreció una servilleta.

Debía que tener dignidad ante todo. No iba a permitir que un error la señalara de por vida como culpable.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora