6. EL FINAL

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Horacio pasaba un día a la semana con sus hijos en San Isidro. Louis lo acompañaba de vez en cuando. Se resistía a dejar de verla, aún sabiendo que no era para él.
Fué así como conoció a Darío.

—Creí que era un hombre serio —dijo viéndolo por la ventana de la cocina. Era un tipo de veinticinco o veintiséis años.

—Temo que sea un don Juan.

—No me agrada.

—Es una pena que no te haya elegido.

—Al menos sigo siendo su amigo.

—Esperemos que sea pasajero y que mi hija recapacite.

—Ruego por ello.

—¿Aún la amas?

—Más de lo que debiera —confesó y se apartó de la ventana.

—Gracias Louis, porque yo no podré cuidarla por mucho tiempo.

Elena seguía recuperándose aunque con secuelas y se mantuvo libre de alcohol. Sufrió un cambio tan radical que incluso Paolo regresó a su lado.

Miriam no quería volver a Los Angeles, pues la relación con Darío era su vida, aunque no era perfecta.

—¿Cómo se porta mamá?

—Me trata mejor —respondió Paolo—, vamos juntos a algunas terapias con la psicóloga.

—Qué buena noticia.

—¿Cuándo te vienes a vivir con nosotros?

—No lo sé.

—¿Sigues saliendo con el tipo ese?

—Se llama Darío y es más joven que Louis.

—No me agrada.

—Basta, no quiero escucharte.

Cuando Horacio sufrió un infarto, Louis comprendió lo que le había dicho acerca de no poder cuidar por mucho tiempo a sus hijos.

—¿Cuándo pasó? —preguntó Miriam asustada.

—Ésta mañana —respondió Louis abriendo la puerta de su automóvil para llevarla con su padre.

—Dios mío —se lamentó Miriam subiendo al momento en que justamente llegaba Darío a su casa.

Se quedó un par de días al pendiente de la salud de Horacio, sin embargo no dejaba de pensar en su novio que la miró con reproche cuando se fué con Louis. Le estuvo marcando más nunca respondió.

Al paso de una semana su padre mejoró y fué entonces que Miriam decidió regresar a San Isidro.

—Gracias por traerme, Louis —dijo ésa tarde cuando el coche se detuvo frente a la casa de ella.

—Estás preocupada por tu novio, ¿verdad? —inquirió con aparente calma. Por dentro sentía que los celos lo mataban.

—No, claro que no —mintió sin atreverse a mirarlo fijamente.

—Debes amarlo mucho como para que se haya vuelto más importante que la salud de tu padre.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Si regresaste fué por él.

Miriam se humedece los labios.

—Está bien, en parte sí. Darío es celoso y al irme contigo sin explicarle no dudo que haya pensado mal.

—¿Y por qué habría de pensar mal?

—Porque... —no supo como decirlo—. ¡Mírate! —señaló su aspecto con una mano—. Darío te llama el muñeco.

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora