25. LA CITA

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—Hola —la sonrisa masculina la obligó a corresponder.

—Hola Darío —dijo desde el patio de su casa cuando salió esa mañana a tirar basura—. ¿Vas con tu mamá?

—No, vine a verte a ti.

—¿A mi? —inquirió Miriam con el corazón latiendo presuroso.

—Quiero invitarte a cenar.

Miriam enmudeció un instante.

—No puedo —dijo luego de pensar en su esposo.

—Tu hijo no está —le recordó que Louis se lo llevó el viernes y se lo llevó. Esa vez apenas cruzaron palabras.

—Aún así, no creo...

—Miriam es en plan amistoso —aseguró de pie en la acera.

Miriam supuso que si Louis se acostaba con otra, no habría nada de malo en salir para ya no pensar en él.

—Está bien. Acepto. ¿Cuándo y a qué horas?

—¿Que te parece esta noche? A las ocho.

Un hormigueo adolescente la llenó de emoción.

—Muy bien.

—Paso por ti.

Se sorprendió un poco cuando Darío la invitó a pasar a su casa, pero aceptó.

Era un lugar muy bonito.  No era tan grande como parecía por fuera, pero sí muy cálida y bien decorada.

—¡Qué bonita sala! —comentó viendo los sillones color miel llenos de cojines.

—Pasa y pruébala —extendió una mano.

—En realidad toda la casa es preciosa —sonrió viendo al fondo una pequeña cocina.

—Acá están las recámaras ¿quieres verlos?

Se adelantó para indicarle el lugar.

—Ésta es la mía —dijo Darío poniéndola tensa.

—Es linda —musitó viendola desde la entrada.

—¿Linda? —inquirió pasando por su lado para sentarse sobre la cama.

—Bueno... se ve perfecta para descansar.

—Hermosa, lo que menos se hacen una habitación como ésta es dormir —aseguró apoyándose de espaldas sobre el colchón.

Su voz seductora erizó la piel de Miriam.

—Supongo que esa noticia ya la conoce Gabriela.

El hombre se enderezó.

—Ven y siéntate a mi lado, siente lo cómoda que es —palmeó el edredón azul turquesa.

—Se ve bien —respondió Miriam cortante. Se rodeó con los brazos.

—No seas tímida, Miriam —le habló con suavidad— ,ven a probarla.

—Prefiero quedarme aquí —contestó apretando el cruce de brazos.

—Por favor Miriam, aún no se te quita lo penosa —sonrió con malicia y la recorrió—, aún no olvido lo tímida que siempre fuiste en mis brazos.

La chica se aclaró la garganta. Soltó los brazos.

—No hablemos de eso.

—¿Ya me superaste con tu esposo?

—Darío, no vine hablar de él.

—Entonces, demuéstrame que confías en mí y siéntate a mi lado —insistió llegando a parecerle enfadoso—. No saltaré sobre ti como un tigre. He cambiado y quiero demostrártelo

QUIÉREME OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora