23.

389 61 62
                                    

Habían pasado dos días desde que hicimos el ritual

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Habían pasado dos días desde que hicimos el ritual. Chimuelo me ordenó hacer ejercicio y meditar mucho para que mi ansiedad estuviera controlada. Usé mi collar de amatista y mi anillo de cuarzo verde para transmutar la mala energía.

Volvimos a intentar lanzarme del acantilado, pero el resultado no cambió. Dejamos un día libre de intentos para que pudiera buscar información en mis libros de brujería. Necesitaba cualquier cosa que pudiera ayudarme y un sigilo parecía ideal en ese caso.

Era domingo temprano en la mañana y yo estaba en mi salón de brujería trabajando en el sigilo. Era algo rápido y fácil de hacer, pero requería concentración. Así que cuando Chimuelo apareció delante de mí, grité tan fuerte que seguramente me escucharon en Uruguay.

¡¿Se puede saber qué mierda te pasa?! —le grité con el corazón acelerado y con la adrenalina al tope —. No puedes aparecerte así como si nada. Podrías avisarme que vendrías y así no me daría un infarto.

—Pero así no sería divertido.

—¿Cómo entraste? El salón está encantado.

—Tu magia no me afecta, pequeña.

—¿Qué haces aquí?

—Quería saber si habías tenido avances y al parecer si los tienes. Es un sigilo, ¿no?

—Sí. Estaba investigando y terminé recurriendo a la brujería básica.

—Brillante. No se me había ocurrido.

Sonreí complacida. Sentí que estaba orgulloso de mí, a pesar de las circunstancias.

—Vayamos al acantilado —pidió.

—Aún no lo terminé. Siento que le falta algo.

Lo observé detenidamente y al darme cuenta de lo que necesitaba, dibujé unas líneas y estuvo listo. Fui hasta mi habitación y busqué el delineador líquido. Me paré frente al espejo y dibujé el sigilo sobre el corazón mientras visualizaba mi transformación.

—¿Lista? —Asentí lista para irnos —. Andando.

Cuando llegamos al acantilado, no perdimos el tiempo. Chimuelo nos puso de cabeza para que me soltara del asiento. Cuando empecé a caer, sentí que algo cambiaba en mí. Había algo cálido en mi pecho, justo en el lugar donde estaba el sigilo. Sentí que la piel de mis omoplatos se estiró formando algo. Miré hacia atrás de mí y vi algo negro y enorme: mis alas. Cerré mis ojos para concentrarme más fácil. Comencé a moverlas torpemente, pero logré detener mi caída a tiempo.

Miré mi reflejo en el agua y descubrí que no estaba transformada. Mi cuerpo seguía siendo el mismo, solo que las alas entraron a la ecuación. Mi camiseta estaba rota tal como Chimuelo me dijo que pasaría. Me quité los restos de la tela, quedando únicamente con el sostén deportivo.

El reinado del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora