1

1.3K 86 12
                                    

-¡Nam! ¡El desayuno esta listo!

La voz de su madre rebotó ululando escaleras arriba, exactamente con la misma entonación que cuando él estaba en primer curso y había que convencerlo con mimos para que se levantara de la cama.

Pero en vez de levantarse, Kim Namjoon continuó tumbado en la cama, escuchando el monótono sonido de la lluvia. Era la mañana de su treinta y cuatro cumpleaños y no tenia ganas de levantarse. Pesaba sobre él un estado de ánimo aburrido y tristón como la lluvia. Tenia treinta y cuatro años, y aquel día no parecía que fuera a ocurrir nada especial.

La lluvia ni siquiera era una tormenta. No, era sólo lluvia, monótona y misera.

Aquel día gris era un claro reflejo de cómo se sentía. Allí tendido en la cama, la inevitable realidad de su cumpleaños descendió sobre él igual que una manta húmeda, pesada y pegajosa. Había sido un buen chico durante toda su vida, y ¿de qué le había servido? De nada.

Había que afrontar los hechos, y no eran precisamente halagüeños.

Tenia treinta y cuatro años, nunca se había casado, nunca se había comprometido. Nunca había tenido un romance, ni siquiera uno corriente. Sólo una breve aventura de universidad, y porque todo el mundo las tenia y él no deseaba ser precisamente la nota discordante, pero ni siquiera se había podido calificar de relación. La ultima vez que había salido con un chico había sido el 13 de septiembre de 1993, con el sobrino de la mejor amiga de su tía.

Había sido la noche más aburrida de toda su vida.

Nam pasó la mirada de la ventana al techo, demasiado deprimido para levantarse y bajar al piso de abajo, donde su madre y tía le desearían feliz cumpleaños y él tendría que sonreír y fingir sentirse complacido. Sabia que tenia que levantarse; tenia que estar en el trabajo a las nueve. Pero es que no encontraba el animo para hacerlo.

La noche anterior, como todas las noches, había dejado preparada la ropa que iba a ponerse ese día. No necesitaba echar un vistazo a la silla para imaginarse el pantalón azul marino que no tenia el corte correcto para ser moderno o favorecedor, ni la camisa blanca.

Difícilmente habría podido escoger un atuendo menos excitante ni aun proponiéndoselo, pero no tenia nada que proponerse: su armario estaba repleto de ropa como aquella.

De pronto se sintió humillado por su falta de estilo. Un hombre debería por lo menos lucir un aspecto más exultante el día de su cumpleaños ¿no? Ni siquiera podía maquillarse de una manera especial, porque el único maquillaje que tenia era una sola barra de labios. Y la mayoría de veces no se molestaba en aplicársela. ¿Para que? Alguien que no necesitaba depilarse desde luego no necesitaba pintarse los labios. ¿Cómo había llegado a aquella triste situación?

Con el ceño fruncido, se incorporo en la cama y miro directamente hacia el espejo del vestidor. Observo su cabello, sobre la frente, pardusco, lacio y liso como una tabla, y se lo echó hacia atrás para tener una visión mas despejada del perdedor que se reflejaba en el.

No le gustó lo que vio. Parecía una masa informe, sentado allí con aquel pijama azul de felpa. Su madre se lo había regalado por Navidad. Decía mucho el hecho de que fuera un hombre que llevara pijamas de felpa.

¿y por qué no? Tenia un pelo insulso, un rostro insulso, y él mismo era insulso.

La verdad ineludible es que era alguien aburrido, que tenia treinta y cuatro años y que su reloj biológico continuaba avanzando. No, no sólo avanzaba, en realidad era una cuenta atrás.

Lo único que había deseado en la vida era... una vida. Deseaba un marido, un bebé, una casa propia. Deseaba SEXO. Sexo apasionado, sudoroso, con gemidos, revolcarse desnudo a media tarde.

Los Treinta y Cuatro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora