—vuelvo y te repito te hablo como yo quiera—rugí a su mensaje
—bueno, lo siento, pero tenía mucho miedo y por eso no te ayudé
Simplemente dejé su mensaje en visto, no tenía ganas de discutir con él, y mucho menos tenía ganas de estar tomando arrecheras en estos momentos.
No tenía ganas de hablar, ni mucho menos pelear, además, verlo alejarse no era un gusto que me quería dar.
Era muy difícil tener que soportar mis emociones y más aun controlar lo que sentía realmente, lo que quería decir, era tan difícil que incluso llegaba a los puntos de entrar en depresión constante, pero igual trataba de demostrarle a mi modo como eran mis sentimientos hacia él.
Llegó el día martes, tocaba educación física, estaba comenzando a molestarme la forma en que se presentaban mis emociones sin aviso alguno ni ninguno, era una forma de demostrarme lo débil que era delante de ellas.
Quizás por eso reaccionaba de forma brusca ante Miguel, pero, si no puedes controlar lo que sientes, controla tu reacción ante la situación.
No podemos controlar nuestras emociones, me había dado cuenta, no podemos elegir si sentir o no sentir, no podemos elegir en realidad lo que sentimos hacia alguien o algo, simplemente la emoción se presenta, ya sea odio, rabia, amor o obsesión, obsesión quizás sea esa cualidad, o mejor dicho ese sentimiento que llega en momentos que no la necesitamos.
Pero este sentimiento como muchos otros tiene tres raíces que lo ayudan a mantenerse en el poder: duda, desconfianza y culpa, esas son las tres patas de toda obsesión.
En mi caso dudaba mucho de ese chico, desconfiaba de él pero al mismo tiempo no, sentía culpa de lo que podían causar mis reacciones ante él.
Sentía cosas muy bonitas por ese chico, pero al mismo tiempo quería no sentir nada, primero por el dolor al momento de despedirme de él y dos porque me daba miedo que mi acercamiento lo alejara a él.
Se feliz viendo a otros felices aunque tú no estés en esas risas.
— ¿Albert tu vas hacer educación física después de lo que te paso ayer?—preguntó Carmen un poco alterada
—no me reclames Carmen, yo vengo a mi liceo así me este muriendo en la puta vida—rugí para luego ver a Anthony acercarse
—yo me encargo de sacarlo de aquí, y si no te llevo directo al cementerio para que no sufras—dijo de forma lenta y chistosa a la vez, típico de la extraña voz que despedía Anthony
— ¿Tú y cuantos más me van a sacar de aquí?—pregunté cruzando mis brazos y poniéndome frente el
—Conmigo basta y sobra, te crees muy poderoso—dijo golpeando mi pecho
— ¡Ay desgraciado!—grité cuando me lastimó en una de las nuevas vías que me conectaron
—Uy, uy, uy, perdón, tranquilo, no sabía que tenias otra vía—dijo colocando su mano con suavidad en mi pecho, dándome atención en ese momento
—Tranquilo, tranquilo, pero mejor me voy al centro de la cancha antes de que presente nuevos problemas de temperamento—dije moviéndome
—ey, ey, ¿para dónde vas tú solo?—reclamó Miguel pegándose a mi lado
—Tú no me sigas, sabes muy bien, que no te quiero ver la cara por un tiempo—caminé más rápido
El chico aun así no se despegaba de mi lado derecho, continuaba allí, como si no tuviera más nada que hacer, como si molestarme en esos momentos fuera un juego para él.
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¿Te conozco?✓[¿Por Qué Nos Obsesionamos Con Lo Imposible?]©
Novela JuvenilEse chico era mi perdición, porque entre su espeso cabello rizado y su sonrisa que enamoraba hizo que además de obsesionarme me enamorara de su personalidad, no era lo mismo sin el, había pasado de querer una amistad, a querer una obsesión, de obses...