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El reino completo está de luto, en los cuatro palacios de Kremlin se ofrecieron cantos fúnebres y oraciones por el eterno descanso del monarca de Nōvgord.

Mientras bajaban el féretro a la bóveda, el príncipe Oleg se despedía de su padrey los demás miembros de la realeza consolaban a la reina. El ambiente era desalentador y pesado. Cada familia encendió una vela blanca, apuntando hacia el cielo y prosiguiendo con el protocolo, me vestí con la túnica dorada eclesiástica para presentar el báculo sagrado al sepulcro.

—En memoria de alguien que vivió con valentía el camino terrenal. Hoy su cuerpo vuelve al polvo y su espíritu regresa al Creador— recité dando tres golpes al suelo —. Nos someteremos pacientemente a nuestro destino y que Dios nos consuele para soportar la adversidad.

Luego, el príncipe Oleg escribió el nombre de su padre en el libro de condolencias, no obstante, cuando lo extendió a la reina madre, el tranquilo bosque comenzó a respirar.

El suelo vibraba en un delicado movimiento y un leve susurro llenó el aire, los árboles se mecían rítmicamente, como si estuviesen inhalando y exhalando.

Algo se aproximaba a nosotros y la naturaleza nos lo advertía.

Entregué el báculo santo a Merlín y empuñando mi mano hacia el cielo materialicé mi espada. Masutā Sodō, destructura del mal, una vez lista, me reuní con los hechiceros del flanco externo para proteger a la familia real.

Nubarrones eléctricos surcaron entre las nubes, un aullido siniestro y melancólico emanó del interior del bosque contribuyendo a que la densa energía maldita fuera rodeándonos.

Con el filo de mi espada corté la niebla trazando a su vez una runa de protección sobre nosotros. Levanté un velo sagrado de gran alcance para anteponer mi energía sobre el mal.

Inmediatamente, aquellos nubarrones se transformaron en un centenar de maldiciones de todo tipo. Desde las más pequeñas e insignificantes hasta las más tétricas e imponentes, sin embargo, el Rey de las maldiciones era quien lideraba las huestes.

—¿¡A qué han venido!?— cuestionó el príncipe Oleg —. ¿¡A perturbarnos!?

El Rey de las maldiciones sonrió con maldad y volvió su mirada hacia mí.

—Venimos en son de paz— informó —. En realidad también lloramos su muerte, era un buen rey, un poco incompetente y amargado, pero muy generoso con su pueblo.

—¡Largo!— rugió Okkotsu saliendo de mi campo, pero fue interceptado y detenido por Merlín.

—Kyteler, entrega nuestra ofrenda al difunto— observé con curiosidad a aquella mujer. Jamás pensé que una humana podría servir a una maldición y menos que él aceptaría un humano como subordinado.

Aquella joven ocultaba su rostro detrás de una máscara de demonio, tal vez en un intento por pasar desapercibida entre las demás maldiciones, colocó tres cestos frente a la lápida y realizó una corta reverencia.

—. Que tengan una excelente noche— finalizó Sukuna. Acto seguido,  nos dio la espalda al igual que su séquito de seguidores para desaparecer entre la niebla, dejando atrás un centenar de animales muertos y flores marchitas.

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora