╰⊱ FIN ⊱╮

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Mucho antes de que el sol saliera, el golpeteo de los cascos de un centenar de caballos me obligó a levantarme, sacudo a Satoru, pero se niega a despertar

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Mucho antes de que el sol saliera, el golpeteo de los cascos de un centenar de caballos me obligó a levantarme, sacudo a Satoru, pero se niega a despertar. Me cubro con una bata y una vez me pongo las sandalias, salgo de la habitación para ver qué ocurre.

Un pelotón de brujos y hechiceros cruzan la entrada principal de la villa, obligando a algunas maldiciones a tirar de las carretas mientras son azotados con violencia. Mi corazón late rápido en mi pecho y la decepción aumenta cuando descubro a mi amiga Pitia, a Kardec y algunos hechiceros de los Caballeros de la Orden Celestial viniendo con ellos.

Satoru sale de la habitación y avanza hasta ellos, corro detrás de él y observo más atrocidades, dentro de las jaulas están aprisionadas las pequeñas maldiciones que jugaban en la hacienda de Sukuna. Con melancolía recuerdo las palabras de aquel soldado, "mercadeo y esclavitud de maldiciones". Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas.

—Jeeenaaa— gritó Pitia lanzándose del caballo para abrazarme —. Te extrañamos tanto.

La estreché con ternura recordando la última vez que la vi, varios meses atrás cuando me ayudó a escapar del matrimonio arreglado con el Príncipe Oleg.

—¡Pitia! Yo también te extrañé... Gracias...— murmuré separándome de ella. Sentí un nudo en la garganta al ver lo mucho que había cambiado.

—Arzobispo Supremo— vociferó Kardec poniéndose de rodillas, todos los soldados detrás de él lo imitaron —. Estamos aquí porque nuestra fe nos lo dicta. El Creador desea que le sigamos en la próxima batalla contra el mal encarnado.

Mis ojos se llenan de lágrimas, una prosperidad construida sobre las espaldas de las maldiciones es algo que no puedo soportar.

—¿Qué es todo esto?— reclamo encarando a Kardec, quien tomó el liderazgo de los Caballeros de la Orden Celestial una vez fui removida.

—¿Qué quiere? ¿Qué sigamos siendo masacrados por el Rey de las maldiciones y su séquito maldito?— vocifera él. Tenía una mirada fría, firme y decidida. El ambiente se torna tenso.

—Dios habla de encarcelamiento, no tortura. Libéralos— exigí molesta e indignada. No era la misma persona bondadosa y amigable qué había conocido.

—Entiendo que su psicología haya cambiado e incluso que fuera influenciada por las ideas del Rey de las maldiciones, pero, ¿En verdad se pondrá a favor de estas escorias?— Kardec patea una jaula y hace rodar a una pequeña maldición. Corro para examinarla, había sido torturada; sufrió la amputación de un brazo, tiene quemaduras y áreas despellejadas.

—¿Co-cómo pudiste...?— balbuceé, sintiendo una punzada en mi corazón —. Cometes un error, nada bueno sale de la venganza.

—Suficiente de tu sentimentalismo ingenuo... mataré a tantas maldiciones como sea necesario— sabía de su aversión porque una maldición le quitó a su familia, de pronto, lo vi alzar una espada y me puse en medio para evitar que le hiciera más daño.

༻𝑬𝒕𝒆𝒓𝒏𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒍𝒅𝒊𝒕𝒐𝒔༺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora